El energúmeno

Columna de Francisco Montoro

A finales del siglo XVI, en fecha no determinada del año 1587, nace en Vélez-Málaga un personaje de gran singularidad que despierta curiosidad y asombro, y no, precisamente, por comportamientos loables o edificantes. Quizás a esta circunstancia se deba la clara ausencia de datos y referencias en la historiografía local, lo que hace especialmente penosa la localización de información o referencias al respecto.

 Su nombre, no obstante, sabemos que era Juan del Espino, y que su padre fue jinete del Ejército de la Costa del Reino de Granada, y su madre una dama portuguesa.

Es difícil conocer los motivos por los que el muchacho ingresa en la orden carmelita a la edad de 22 años, pero resulta muy curiosa la noticia de que, al poco, se fugó hasta tres veces del convento, lo que nos hace suponer la escasa voluntariedad de su decisión, o la extremada incompatibilidad encontrada con sus hermanos los frailes. En sendas fugas hubo de ser preso para restituirle a su lugar de origen.

A la postre tuvo que ser expulsado del convento y de la orden, siendo el motivo desencadenante final el que Juan del Espino, en un acto de violencia, llegó a descalabrar a su propio prior, sin reparo alguno a sus obligaciones de respeto y obediencia, y en clara contradicción con la tipología del comportamiento esperado de un religioso.

Por aquel entonces, un sacerdote jesuita, llamado Juan Bautista Poza, publicaba diversos escritos en los que defendía la tesis de que los expulsados de la religiones no podían administrar los sacramentos. Ello encolerizó al veleño hasta tal punto de que arremetió de modo desmedido contra dicho jesuita, primero, y, después, contra toda la Compañía de Jesús. 

Nuestro personaje no solo no se contentó con impugnar las tesis del señor Poza -que por cierto dieron lugar a que el jesuita fuese encausado por su propia Orden- sino que, en 1633, divulgó un libelo apasionado contra la Compañía de Jesús bajo el título Secretos y particulares avisos que han de guardar los de la Compañía de Jesús. Y poco tiempo después insistió en sus ataques con otra publicación bajo el título de Singulares y secretas admoniciones para particulares personas de nuestra compañía traducidas del latín en romance.

A causa de tales escritos, Juan del Espino fue hecho preso por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Toledo, en febrero de 1634, y, cuatro años más tarde, en abril de 1638, trasladado a la cárcel del Hospital de Santiago, de la misma ciudad. Desconocemos cómo se la agenció para lograr la libertad; pero lo cierto es que en 1643, cuando contaba 56 de edad, aparece retirado del mundanal ruido en el axárquico pueblo de Benamargosa, donde tenía “cuatro hermanas doncellas huérfanas”... que le cuidaban.

Al parecer “el descanso” no le duró mucho y, al poco, vuelve a las andadas. En esta ocasión arremete, además de contra los jesuitas, contra los mercedarios de Málaga, motivo por el cual es hecho preso en Granada, en cuya cárcel arzobispal se le detecta en septiembre del mismo 1643.

Por aquel entonces, sus adversarios imprimieron contra él un curioso folleto titulado Mahoma en Granada: diálogo entre Inocencio Revulgo y Bartolomé Escarba-Zorreras, el manchego, y Thomé Hinchado, su vecino. Contiene la vida del Dr. don Juan del Espino.

La última fecha de la que tenemos noticias sobre el singular personaje es 1644, en que, casi sesentón, continuaba encarcelado en la vieja ciudad nazarí.

Hasta quince veces -según confesaba él mismo- llegó a estar preso en las distintas cárceles de la Inquisición a lo largo y ancho de España.

La verdad es que existen dudas razonables para poner en entredicho la salud mental del axárquico, el primero de esta tierra, que sepamos, que fue calificado de “energúmeno” por sus contemporáneos. (Para lectores no avisados: energúmeno es “persona endemoniada, frenética, furiosa...”).