El telégrafo
Según Jordi Nadal, en su artículo ‘Industrialización y desindustrialización del sudeste español’ (Moneda y Crédito nº 120, marzo 1972), la provincia de Málaga fue durante el siglo XIX la segunda más industrial de España, detrás de Barcelona.
Una serie de factores van a favorecer y determinar su industrialización, en la que van a destacar las industrias siderúrgicas y textiles. Y en pleno periodo de desarrollo va a aparecer un nuevo medio de comunicación que va a revolucionar toda la vida económica y social. Se trata de la comunicación por cable llamada telégrafo.
La telegrafía (etimológicamente “escritura a distancia”) se relaciona de inmediato con dos campos muy significativos. De un lado el campo político, precisado de la comunicación rápida, y de otro, el campo comercial, ávido de enviar y recibir mensajes e información que se traducían rápidamente en negocio. Bahamonde Magro y otros, en su libro Las comunicaciones en la construcción del Estado contemporáneo en España (Madrid, 1993), dice que “...Los políticos liberales y los hombres de negocios del siglo XIX fueron conscientes de que estaban sustituyendo una economía mercantilista por otra basada, al menos teóricamente, en los principios de la oferta y la demanda, en la que la rápida circulación de la información se había convertido en un valor añadido de primer orden...”.
La unión de dos elementos tales como la comunicación y la electricidad trae como resultado una rapidez desconocida hasta el momento. Se trata de una combinación revolucionaria que va a colaborar de un modo muy destacado en la evolución de la historia contemporánea. “...El telégrafo... no puede ser reemplazado, hace aquello que el correo no puede hacer, sobrepasa a las palomas mensajeras, va más rápido que el viento, arranca el reloj de arena de la mano del tiempo y borra los límites del espacio...” (Théodore du Moncel, 1856).
Ferrocarril y telégrafo conforman el gran paquete de comunicaciones del siglo XIX. La Málaga de mediados de siglo estaba preocupada por la llegada del ferrocarril y por la instalación del telégrafo. En octubre de 1857 el periódico local El Avisador Malagueño decía que “...El comercio, el tráfico y la industria necesitan facilidades, salidas, economías, medios de comunicación activos y rápidos, para sostener la competencia, para producir más...”.
El 19 de noviembre de 1857 se abre al público la estación telegráfica de la capital de la provincia, y, catorce años más tarde, la línea llega a Vélez-Málaga. Era finales de 1871 cuando se entregó acabada la línea Málaga-Almería de 199 kilómetros de cable. A partir de ese momento entran en servicio las nuevas oficinas de Motril, Adra y Vélez-Málaga.
José Clavero Berlanga, en su libro El telégrafo en Málaga (1857-1930) (Málaga, 2000), nos da curiosas noticias sobre el nuevo servicio en la Axarquía. Fue en el último cuarto del siglo XIX cuando se instala el telégrafo aquí. En 1876 en Vélez-Málaga y al año siguiente en Nerja. En ambos casos son estaciones dependientes de la central de Málaga, y los servicios que prestan son limitados con horarios que se extienden desde las nueve de la mañana a las siete de la tarde.
La estación de telégrafo de Nerja fue inaugurada el 20 de noviembre de 1877, con gran regocijo para los del lugar que suponían, acertadamente, que con “el cable” llegaba la modernidad.
Por lo que respecta a Torrox sabemos que, en 1883, aún no había llegado, y que así figura en la “relación de partidos judiciales con más de 5000 almas que carecían de estación de telégrafo” en la provincia de Málaga en el mencionado año.
En lo concerniente a los precios de los telegramas las tarifas oscilaban atendiendo a dos elementos, la distancia en kilómetros y el número de palabras. Para un telegrama entre puntos de distancia menor a los 100 kms y desde una a quince palabras inclusive era de 5 reales, costando un real más por cada serie de cinco nuevas palabras o fracción de serie.
Por último nos viene a la memoria una anécdota muy ilustrativa de lo que supuso de cambio social la telegrafía. Los servicios policiales empezaron a estar fácilmente conectados y la eficacia en la persecución de la delincuencia aumentó considerablemente por todas partes. Un famoso bandolero malagueño, en el momento de su muerte, y tratando de explicar cual había sido la causa de su prendimiento, afirmaba: “A mí me ha matao el alambre”.