Ser estudiante
Artículo de Francisco Montoro
Cuando yo era un muchacho, ser estudiante era un valor. Estudiar suponía prepararse de un modo sistemático para entrar en el grupo de los ‘elegidos’. Es decir, aquellos ciudadanos que iban a tener una profesión óptima, bien considerada por la sociedad y bien vista por vecinos y amigos. Una profesión que proporcionaba trabajo seguro, generalmente bien remunerado, y que, en la mayoría de los casos, gozaba de un status social alto.
Ser estudiante era un modo de vivir, una manera de entender la vida. Una actividad bien vista que te llevaba, generalmente, en volandas, en una sociedad difícil, donde abrirse camino era complicado, sobre todo en las familias donde no abundaban los recursos.
Ser estudiante era un lujo al alcance de los afortunados que gozaban de unos padres pudientes, o de unos padres capaces de sacrificar casi todo porque sus hijos estudiaran. Estudiar era un trabajo, una tarea, que te encaminaba a un futuro previsible y mejor. No siempre una actividad cómoda o sencilla, pero que tenía muchas compensaciones
Ser estudiante suponía un estilo de vida, con una parafernalia y características que te diferenciaba del resto de jóvenes de la misma edad. Por ejemplo, ser estudiante suponía vivir sin dinero, o con muy poco dinero. No tenías ingresos y, por tanto, una dependencia total de la familia.
Además de vivir limitado de ingresos, la vida estudiantil suponía tener una cierta obligación de posicionamiento sobre los temas más candentes de la época, sociales, económicos laborales, políticos..., de aquellos grandes temas que existían en la sociedad. Porque, ser estudiante era pertenecer al grupo de los más preparados y conscientes de las necesidades sociales.
Ser estudiante suponía, también, vivir en una cierta burbuja que te aislaba del mundo real, de las variables del mundo cotidiano. Suponía que, además, tenías que mantener una imagen de analista del mundo, de sus problemas, sus limitaciones y sus posibilidades de mejora. Un mundo que te rodeaba que, las más de las veces, era difícil de comprender, que no se dejaba analizar y que se nos presentaba en una fotografía difusa y poco comprensible. Por mucho que tú, y tus colegas, trataras de simplificar y comprender.
Ser estudiante suponía, para la mayoría, irse a estudiar y vivir fuera de Vélez-Málaga, alejado de la familia, casi siempre, o, en la mayoría de los casos, a Granada. Esta ciudad era la Meca de la inmensa mayoría de los estudiantes veleños de mi generación.
También en esto ser estudiante no suponía una realidad uniforme. No todos tenían la misma suerte. Mientras que unos podían permitirse estar años y años haciendo como que estudiaban, permaneciendo sin rascar bola, otros, en cambio, sabían que si el fruto de su año no era bueno, a final de curso habría que cesar en su actividad, trasladándose hacia el mundo laboral.
Algunos estudiantes, pertenecientes a familias con más dificultades económicas, dependían de las becas. Y otros, incluso, no podían permitirse el ir a estudiar fuera de Vélez-Málaga. Tenían que prepararse mediante lo que se llamaba enseñanza libre, es decir, estudiaban en Vélez-Málaga y luego iban a examinarse a la universidad.
La sociedad del presente depende, en gran medida, de aquellos estudiantes del pasado. Su preparación y eficacia se nota en los resultados del presente. Ellos ocupan los empleos y tareas más decisivas del mundo actual. A ellos hay que responsabilizar de muchas de las incertidumbres que observamos en el presente.
Hoy, afortunadamente, se ha popularizado el acceso a la universidad. Los problemas que viven los estudiantes de hoy son muy distintos a los de hace medio siglo. Las dificultades de los estudiantes de hoy han variado mucho. Especialmente las complicaciones para incardinarse en el mundo laboral.
Pero ser estudiante sigue siendo una responsabilidad de primer orden. Quizás ahora más que antes. El ‘mundo mejor’ depende de todos, pero a los estudiantes les corresponde el liderarlo.