Serpientes
La mítica ciudad de Zalia, -de la que solo se conservan unos viejos restos de su antiguo castillo- existió al norte de la Axarquía, en lo que, en la actualidad, es el término municipal de Alcaucín, cerca de Ventas de Zafarraya.
Ciudad fortificada, se hallaba en una colina estratégica desde la que se podía observar un extenso territorio controlando el paso del desfiladero llamado Boquete de Zafarraya.
Aunque desconocemos su origen, fue fundada, probablemente, en la época romana, estando al paso de la antigua calzada que discurría por allí. Resultaba vital en las épocas de producción y comercialización de frutos, así como de transporte y embarque por el puerto de Vélez-Málaga, lo que ocasionaba grandes concentraciones de mercaderes, arrieros, inspectores del fisco, aventureros, ladrones... Y por ello, para proteger las posadas y edificios públicos, su sistema defensivo llegó a ser imponente, teniendo un gran recinto amurallado y muchas torres en su interior, de las que sólo quedan actualmente diez muy deterioradas y algunas huellas de otras, unas cilíndricas y otras cúbicas.
En el siglo IV, gracias al comercio, la riqueza afluyó mucho a Zalia, y, con ella, la mala reputación de “albergue de mala gente, holgazanes, gandules, bandidos...”, siendo sus dirigentes considerados como materialistas y epicúreos, preocupados sólo por ganar dinero para gastarlos en los placeres más refinados. Zalia se convirtió, por tanto, en sede representativa de la profunda crisis de espiritualidad cristiana del siglo IV.
Según Nicolás Cabrillana, en su libro El problema de la tierra en Málaga: pueblos desaparecidos (Málaga, 1993), una tradición paleocristiana atribuye al obispo Patricio la causa de la invasión de serpientes venenosas que causaron la despoblación de Zalia: “...según la leyenda, Patricio, obispo de Málaga, a su regreso del Concilio de Elvira, llevó a cabo una visita evangelizadora a la pervertida ciudad de Zalia. Pero los perversos habitantes se opusieron a oír los sermones de su pastor y lo expulsaron del recinto amurallado. Aquella noche, una espantosa invasión de serpientes venenosas ascendió por los muros, invadió las plazas y penetró en mesones y hogares sin que sus horrorizados habitantes pudieran contener tan terrorífica plaga. Desde entonces, cuenta la tradición, la ciudad de Zalia quedó yerma, despoblada...”.
Zalia, en la época musulmana, tenía buenas zonas de regadío, tierras muy bien adaptadas para el cultivo de la vid, y acceso inmediato a los pastizales del campo de Zafarraya. Debió ser, por tanto, un lugar de concentración de mercancías, tanto de las destinadas a la exportación por el puerto de Vélez, como de los productos elaborados en toda la Axarquía para su envío a Granada y otros centros de consumo, sin olvidar que Zalia era, nuevamente, un punto vital de la arteria comercial del reino nazarí que unía la ciudad de Granada con el mar de Vélez, pasando por la ciudad de Alhama.
La comarca de Zalia ocupó durante la época nazarí un territorio que hoy correspondería a los términos de Periana, Alcaucín, Alfarnate y Alfarnatejo, y era una zona de las más prósperas de lo que, en la actualidad, es la provincia de Málaga.
Las luchas internas que caracterizaron el último siglo de la dinastía nazarí del reino granadino hicieron poco frecuente la comunicación entre la Cora de Rayyia (Málaga) con la capital de reino (Granada). Ello, y las continuas razias organizadas por los cristianos, explican la marginación de Zalia que llegó a alcanzar en el siglo XV cotas desoladoras. Sus autoridades, incapaces de superar la crisis, se convirtieron en bandoleros y explotadores de los campesinos comarcanos, imposibilitando toda vida civilizada.
Juan Vázquez Renxifo, en su Grandezas de la ciudad de Vélez y hechos notables de sus naturales, escrita en 1614, en su página 79, nos habla, de nuevo, de serpientes al referirse a Zalia: “...Dios Nuestro Señor por su divino decreto permitió que a estos crueles y soberbios moros les quitasen aquella fuerza y cruel soberbia animales débiles y pequeños en cuerpo, y áspides, y basiliscos en veneno, que fueron vívoras; criándose allí tantas que con sus venenosos dientes mordían y mataban a aquellos moros, en tanto grado que les fue necesario desamparar el lugar...”.