Contemplar la aurora

Columna de José Marcelo

Contemplar la aurora y ver amanecer son experiencias entrañables y vitales. Lo son por la belleza de ver nacer un nuevo día, pero también por lo que aportan y significan. Aportan el ánimo de sentirnos vivos; lo que nos motiva a dar las gracias por ello. Y representan esa fuerza vital que da razón a la existencia humana. Esta vivencia la ex­­peri­­­mentan, de manera especial, las personas que padecen enfermedades terminales, que en ese trance de gravedad extrema se les revela el valor del tiempo como una cuestión vital. Porque cada instante que viven, lo conciben como un regalo que se les ofrece, como una adquisición de conocimiento y de preparación.

La poeta Marta Verdura Aguilar nos habla de esa experiencia vital, que describe en su bellísimo poema ‘El instante’ recogido en su poemario Luciérnagas: “Hay que saber irse para poder nacer a lo desconocido. Todas las imágenes pasan en un instante y cuando llega ese silencio es cuando somos conscientes de que el amor no termina nunca, no se aleja nunca. Y allí estamos, nuestras manos fundidas en ese instante lleno de bendiciones donde se detiene el palpitar de un corazón, se apaga el ruido y se abrazan las esencias”.

Este pasado diciembre he viajado al norte de Noruega, a la ciudad de Tromsø. Una ciudad donde − en esa fecha− es noche todo el tiempo, salvo unos instantes de tibia claridad. Me ha impresionado mucho verme envuelto a todas horas en la oscuridad de la noche. Esta situación provocaba en mi ánimo que ansiara ver la luz solar. Pero la sorpresa fue ir a contemplar la aurora boreal, la cual surge rompiendo la oscuridad de la noche, en un entorno de intenso frío y cubierto todo de nieve ártica. Lo más grato fue compartir esa experiencia con personas de distintas lenguas y países del mundo, que alrededor de un fuego esperábamos su aparición. Esta peculiar reunión me hizo pensar en la fraternidad y en la solidaridad, tuve el deseo de oír esas palabras en todos los idiomas. Porque son las palabras que nos convocaban ante tan bello acontecimiento, y nos unían como seres humanos. En ese instante, dichas palabras manifestaban la razón de ser de la vida, de la existencia humana.

El vivir este acontecimiento ha logrado que comprenda el significado intrínseco de la palabra ‘aurora’. El cual la pensadora María Zambrano, en su libro La aurora, lo expresa con una belleza extraordinaria: “Ella, la aurora, tímidamente a veces, indecisa tan a menudo, ajena, visible, huidiza, sin ser. Ella a solas, sin ser y sin razón, la sola aurora, sería la más cierta garantía del ser, de la vida y la razón”.

He de añadir que, en ese instante y en ese espacio que ocupábamos, no existía frontera alguna, porque nos sentíamos convocados para contemplar la aurora; lo único que reivindicábamos era la vida de la naturaleza, el derecho a ser y a existir. ¡Te invito a apostar por ello! Para que sigas sintiendo como el poeta: “[...] Siento la calma chicha de la aurora / y toda su mirada es luz, / esa luz que viene de la memoria del sueño. / [...] Me iré contigo buscando las entrañas... / [...] Porque yéndome contigo, aprenderé / a escuchar las palabras sabias de las piedras”.