Jerarquía de género

Dedicado a la mujer

Las diferencias biológicas del hombre y de la  mujer, macho y hembra, no determinan el poder del hombre sobre la mujer. Ha sido la jerarquía de género: la división de hombres y mujeres en el desempeño de diferentes funciones la que ha ejercido el poder; manteniendo sociedades patriarcales. Por lo tanto, el género es una cuestión social, cultural y religiosa.

Me pregunto, como ustedes lectores, por qué la jerarquía de género se mantiene a través del tiempo, discriminando a la mujer, e incluso, ejerciendo violencia sobre ella. ¿De dónde proviene ese pensamiento tan arraigado que actúa con violencia, a la que hemos llamado de ‘género’? La respuesta la encontramos en la la dependencia socio-económica a la que se ha visto sometida la mujer, y en la concepción de propiedad que adquirió el hombre sobre ella. La discriminación sobre la mujer ha sido reforzada, ideológicamente, por circunstancias socio-culturales y pensamientos religiosos. Como ejemplo, leemos en la Biblia: “Si un hombre encuentra a una joven virgen y sin compromiso de matrimonio, la obliga a acostarse con él, y son descubiertos, el hombre debe pagar al padre de la joven cincuenta monedas de plata, se casará con ella por haberla deshonrado y no podrá divorciarse de ella en toda su vida”, (Deuteronomio, 22:28-29). Los antiguos hebreos consideraban que este era un arreglo considerable. Y esta solución fue impuesta como legal en la sociedad, las mujeres eran propiedades de sus padres y hermanos o de sus maridos. Por lo tanto, el estupro o la violación adquirieron legitimidad, no siendo la víctima la mujer que era violada, sino el hombre que la poseía. La solución legal era pagar y hacerse cargo de ella; pasando a ser propiedad del esposo. Ser marido significaba tener el control absoluto sobre la sexualidad de la esposa. De hecho, la idea de que un marido pudiera violar a su mujer era una contradicción ilógica. Violar a una mujer que no pertenecía a ningún hombre no era considerado un delito en absoluto.

Lo expuesto nos hace cuestionar creencias erróneas, que están arraigadas en nuestra ‘genética cultural’. Hay que reaprender para reforzar los valores democráticos; elaborando leyes que afiancen la libertad y la igualdad social. Felicitarnos, por ejemplo, de la ley conocida del ‘sí significa sí’, la cual supone un gran avance social en la garantía de libertad sexual. Aunque su redacción ha motivado una gran controversia, debido a que condenados por delitos de carácter sexual han visto reducida su pena, e incluso, algunos han sido puestos en libertad. Pero, una vez  sea corregida, lo importante es mantener su sentido legal: condenar la violencia; considerándose agresiones sexuales todas aquellas conductas que atenten contra la libertad sexual sin el consentimiento de la otra persona. 

Hay que superar la jerarquía de género, e ir a su complementariedad, y ser ‘persona’; evitando todo pensamiento de pertenencia. Así lo expresa el poeta: “No digáis mi amor sino nuestro amor. / No digáis mi esposo ni mi esposa / porque no os pertenecéis. / Decid: es el compañero o la compañera / que habita en vuestra casa. / Haced de vuestra casa vuestros corazones”.