La mirada del recuerdo

Columna de José Marcelo

“He vuelto a verla. Como cada año cuando maduran los higos, he vuelto a ver la higuera. Es una de tantas que prestan su verde al paisaje del valle del Tietar (...) En casi todas las casas del pueblo hay una, y su imagen está ligada irremediablemente a mi infancia, a esos primeros años que viví entre casas de piedra, pajares, riachuelos de cristal y pinares interminables.”

Con estas palabras Margarita García- Galán inicia su libro de breves relatos A la orilla de la higuera,  nos declara  como están vivos los recuerdos de su infancia.  Están tan presentes los recuerdos que rememorarlos es ir a su encuentro: “he vuelto a ver la higuera.” Aunque la higuera, pasado el tiempo, no sea la misma, ni ella la niña que cogía  sus higos.

Los recuerdos y su mirada tienen el poder y la capacidad de decirnos quienes somos, los hacen en cada instante que se vivencia el pasado.  Aunque el tiempo nos cambie, pero somos la acumulación de nuestras vivencias.  Ésta es la enseñanza que, sabiamente, nos trasmite la autora de A la orilla de la higuera.

Habría que preguntarse: ¿por qué hay necesidad de recordar?, ¿por qué  Margarita García Galán, como escritora-poeta, tiene la necesidad de escribir sobre los recuerdos?  

A la primera pregunta nos la responde el psicoanálisis de Sigmund Freud, como una necesidad de identidad, de mantener viva la memoria, e incluso en los sueños. Porque sin la memoria dejamos de `ser`, sin recuerdos somos nadie. En cuanto a la necesidad de escribir, la filósofa María Zambrano nos dice: “Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable.” Desde este aislamiento parte Margarita para comunicarse, y, es su primera necesidad, decir lo desvelado, mostrarse. Para ello, como argumenta la filosofa: “Ha de salvar las palabras de su momentaneidad, de su ser transitorio y, conducirlas en nuestra reconciliación hacía lo perdurable, es el oficio del quien escribe.”

Margarita García- Galán da ejemplo de excelente escritora, lo hace con maestría, profundizando en los recuerdos para decirnos que estamos vivos, compartiendo la soledad humana: “Recuerdo a mi padre, que en verano desayunaba cerezas; me colgaba las más gordas en las orejas a modo de pendientes y yo me pasaba el día jugando con ellas a ser mayor.” Con extraordinaria sensibilidad poética nos muestra que es consciente de ese `paso del tiempo´, y nos dice: “Con el paso del tiempo, los paisajes de mi vida han cambiado: el verde espeso de los pinares se ha vuelto intenso azul del mediterráneo, y son los vencejos y las gaviotas los que ponen la música a mis tardes de verano. El olor a jazmines y a mar lo envuelve todo.”

La lectura de A la orilla de la higuera invita a mirarnos, lo hace, además, con esa mirada contemplativa que se recrea en el paisaje de los  recuerdos que deben perdurar en el tiempo. Nos muestra que debemos vivir el presente, pero construyendo el futuro. Porque, de algún modo, también denuncia la falta de perdurabilidad de las cosas importantes.

Y su hijo en el prólogo le confiesa: “Este es el legado de nuestra madre: un mundo de pequeñas grandes cosas que hacen que la vida valga la pena”