Cuento para dos princesas
Es un cuento triste dedicado a ellas, dos niñitas de seis y nueve años que se han quedado sin padre, un valiente bombero que cumplía con su deber apagando un fuego terrible que ha quemado más de diez mil hectáreas de monte y se ha llevado, también, su vida. “Este es un hermoso cuento dedicado a dos preciosas princesas que habla de un hermoso bosque amenazado por un terrible dragón al que se enfrentó cara a cara el más valiente de los caballeros...”
Hemos visto las imágenes del dragón, la cara horrible del monstruo, y hemos sentido la cercanía de su aliento ardiente, fétido y letal, devorando inmisericorde bosques bellísimos que ya nunca serán igual. El fuego, ese dragón malvado que se lleva por delante todo lo que encuentra a su paso, se nos ha hecho tristemente familiar; especialmente en verano, los incendios son una constante en las noticias de cualquier informativo. Son imágenes horribles, estremecedoras, que nos hacen sentir impotentes; que nos causan mucha pena y mucha rabia, especialmente si son fuegos provocados, como parece que ha sido este último de Sierra Bermeja. Cuesta hacerse a la idea de que alguien voluntariamente, solo porque sí, encienda la mecha que acaba con la vida de esos bosques que son el ‘pulmón verde’ que tanta falta nos hace para respirar. Bosques hermosos, amenazados por un monstruo de fuego al que se enfrentó uno de esos héroes sin capa, un valiente bombero, padre de dos niñas a las que solía contar cuentos de hermosas princesas y malvados dragones a los que vencía siempre algún audaz caballero que ponía el final feliz al cuento.
Y fueron felices y comieron perdices, les diría a sus pequeñas sabiendo que no siempre los cuentos acaban así. El suyo, un cuento que no era un cuento, acabó de la peor manera: el valeroso caballero no pudo vencer al malvado dragón, que lo abrazó con su aliento de fuego y silenció su voz para siempre. Ya no contará más cuentos a sus princesas. Pero otros caballeros, valientes bomberos compañeros de Infoca, han puesto el final feliz al cuento triste que no era un cuento. Han querido regalar a esas niñas, que aún están “en la edad aquella en que vivir es soñar” –que decía Unamuno– un mensaje de esperanza envuelto en fantasía para paliar el dolor insoportable de la ausencia. Que puedan seguir soñando, creyendo que “el alma del que fuera valiente y guapo se quedó prendida entre los rincones de aquel mágico bosque”, para que la vida no les resulte insoportable y sepan que su padre peleó hasta el final, con su espada de agua, para salvarlas a ellas, y a todos nosotros, de ese monstruo ardiente y voraz que todo lo destruye, que acaba con la vida de personas, animales y plantas, y deja a su paso una estela negra, un paisaje yermo, silencioso y lúgubre... Un reino de sombras, como dice el cuento.
Sería difícil ahora que sus mentes infantiles entendieran el porqué de la tragedia. Quizá sería posible si las causas fueran las altas temperaturas, un accidente involuntario o el omnipresente cambio climático, pero cómo entender que sean manos humanas las que enciendan, por gusto, la chispa de este horror? En la mente de un niño no cabe tanta maldad, mejor que sea el dragón el culpable de todo. Mejor la ficción que la insoportable realidad de que alguien sin alma haya sido el que prendió la llama que se llevó para siempre a su papá. Mejor el cuento, mejor seguir creyendo que el corazón del valiente bombero, amoroso papá que les contaba cuentos, seguirá latiendo en el mágico bosque “donde todavía hoy sigue reinando el pinsapo”.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Ojalá sirva de consuelo a esas dos princesitas que ya nunca volverán a abrazar a su héroe. Sus amigos bomberos les contaron un cuento precioso, hermosamente triste, para aliviar su pena.
Pero ellas hubieran preferido otro final: que el más valiente de los caballeros volviera a casa después de vencer al dragón.