El gato de Schrödinger
Nos informa la ciencia que nadie puede saber cómo se encuentra el gato de Schrödinger hasta que no se abra la caja donde está encerrado... Pobre.
Por otra parte, asevera la física cuántica que, mientras nadie mire en el interior de la caja, el gato se encuentra en una superposición de los dos estados: vivo y muerto. Dan ganas de exclamar: “¡Elemental, querido Watson!”, pero un experimento como este (teórico, obviamente) que trae de cabeza a los ‘cuánticos’, debe ser que contiene una enjundia que a todos se nos escapa. No debe olvidarse que en este teórico experimento hay un importante detalle en el interior de la caja: el estado precario de la estabilidad de un átomo que podría emitir una radiación mortal. ¿Cuándo se supone que ocurriría ese dramático momento? No se nos dice; nadie lo sabe. Se trata de una paradoja, así pues, toca esperar.
Y como nadie está legitimado para impedirme que haga uso de la imaginación, decido quedarme en la senda que recorro e introduzco la música en esta singular ecuación sin olvidarme de la mortífera radiación.
Recientemente he sabido que importantes empresas norteamericanas han hincado el diente al gran pastel de los macrofestivales, y en nuestro país, uno de los que más actividad festivalera tiene, 50 de 100 de los más importantes ya están en sus manos. Música a bajo coste para quienes lo solicitan, ya saben, celebraciones municipales, eventos históricos y festejos variados, sobre todo veraniegos y turísticos; saltar y vociferar por cuatro euros (mejor si es gratis) hasta reventar aforo; con las caras de siempre, los ritmos de siempre; el cartel de siempre. Si quieren algo distinto, búsquense la vida, haberlo haylo, pero es de publicidad sucinta. Pónganse el traje de internauta y sumérjanse en la vastedad. Con un poco de suerte, puede que en su ciudad esté previsto algún evento meritorio, uno de esos conciertos o actuaciones de las que no se olvidan.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el asunto cuántico?, se preguntarán. Veamos la ecuación:
La caja en cuestión bien puede ser la ciudad, el pueblo, un estadio, la plaza de toros o, como ya se empieza a llamar a determinados espacios: ‘fiestódromos’. El gato, como no podía ser de otra forma, es la música que, mientras no se destape el gran flujo dinerario que corre, seguirá en su interior con el corazón encogido. Considerando que esos intereses podrían muy bien representar el átomo inestable que nos tiene el alma en vilo, de momento, no conocemos el futuro de esa música, aunque intuyamos que va para largo. Así pues, pudiera estar ocurriendo que esté muerta y viva al mismo tiempo. Menuda paradoja ¿verdad?
La percepción mía, al mirar dentro de esas cajas, es que no hay gato por ninguna parte; lo que veo es una liebre aturdida. Y nada tengo en contra de la diversión y el regocijo, que siempre habrá de ser mejor que andar llorando por los rincones. La tan cacareada cultura que se esgrime desde las distintas tribunas (cuando así conviene), silencian siempre la ausencia de las artes en las escuelas, de manera singular la música. Percibo un atávico temor a que esta prodigiosa sustancia provoque un despertar colectivo que ponga en riesgo ciertas prioridades fundamentadas en la codicia. ¿Qué música escucha Tío Gilito cuando cuenta sus monedas?
Por favor, el último en salir que tape la caja.