La soledad y el bosque

La vida es un enigma, todos lo sabemos. Y aunque hay quienes presumen (alardeando con su edad) de conocer todos sus secretos, también se curvan, se pliegan, ante el decaer del tiempo y sus latidos.

Pero hoy tengo en el pensamiento a esas personas a las que la vida ha despojado, dejándolas a merced de la soledad en una urbe que las etiquetan de estorbos. Personas mayores (y otras no tanto) que dejan pasar los días como quienes miran el transitar de vehículos en una autovía, sin importarles de dónde vienen o a dónde van con sus prisas y su obsesión por la velocidad.

A esas pequeñas islas solitarias e ignoradas, que no figuran en mapa alguno, quiero acudir con la música. No la música homogénea, reiterativa y envasada al vacío que la industria nos oferta como remedos de una felicidad sin substancia.

Hay otras que se nos ofrecen como inadvertido bálsamo, “surgidas en el camino de forma inesperada, cuando el alma más las necesita” (María Zambrano). Músicas con banda sonora propia: sonidos de la naturaleza que el músico introduce en un aparente segundo plano, y que al poco se adueñan del espíritu.

Takashi Kokubo (nacido en 1956 en Tokio, Japón) es un músico y diseñador de ambientes sonoros. De forma anecdótica, se le atribuye la creación del inquietante sonido de alarma para la telefonía móvil en Japón que alerta de la inminencia de un terremoto.

El murmullo apaciguador del agua de la lluvia serpenteando entre las rocas, el viento aflautado meciendo la arboleda del bosque y, cómo no, el gorjeo de algunas aves celebrando la vida y el regalo que cae del cielo. A lo lejos, el trueno solitario desprovisto de amenaza que, con maneras de timbal, anuncia la llegada del cortejo de nubes con su preciada carga. También el cuco parece tener su protagonismo en el bosque. Su repetido y tenaz cucú esparciéndose por el aparente silencio del bosque, lo convierte en el mensajero oficial de la primavera.

Takashi Kokubo nos acerca el bosque a través de su música a los que carecemos del privilegio de tener uno cerca donde poder adentrarnos (menos es nada).En Japón hace tiempo que descubrieron el valor terapéutico de andar bajo los árboles. Lo llaman shinrin-yoku, que quiere decir “baño de bosque”.

Pudiera parecer imprescindible haber experimentado la presencia en un bosque, transitarlo y conservar en los sentidos el aroma del musgo de su umbría, las fragancias que emanan de su mullido suelo y nos recuerdan el olor de las setas, el crujir de ramas pisadas por criaturas que no vemos o el aleteo inesperado de un ave que cambia de rama para vernos mejor. Todo ello se hace necesario y vital vivirlo alguna vez, pues, cuando acaecen los días de soledad, revivir estas emociones nos llevan a entender que no estamos tan solos en el mundo como creemos. La música de Takashi Kokubo es un recordatorio esencial, pero también una invitación a ir al bosque y abandonarnos a su contemplación, a su abrazo.

Al igual que Takashi Kokubo, hay en Japón otros músicos en la misma línea compositiva, con la que se nos recuerda la naturaleza y nuestro distanciamiento de ésta: Hiroshi Yoshimura o Akira Ito, entre otros.