La semanasantera ‘Madrugá’ de Sevilla estaba prácticamente tomada por la policía, cuyas severas caras y gestos desabridos parecieran insinuar algo inquietante. ¿Medidas de seguridad justificadas por la psicosis terrorista que sufrimos los europeos? Sí, naturalmente, pero aparatosas para los propios y extraños que la abarrotábamos. Circunstancia ante la que sentí una cierta melancolía por el daño (turístico, etc.) que pudiera significar para una de las muestras de la cultura (religiosa) más formidables del mundo.
En la presentación de El Capitán Cautivo, el recién fallecido Juan Antonio Lacomba decía: “Antonio Jiménez nos recuperó el ‘humanismo posible’ que Cervantes rezuma, y nos propone a Cervantes y el Quijote como referentes a los que asirse en estos tiempos revueltos y en los que podemos encontrarnos todos”. Un humanismo que proponía, y propongo, para personas sanas de espíritu y de cuerpo, desorientados y sin fortuna, pero que aún se bastan con la justicia social, los derechos humanos y, si cabe, con el respeto de los demás. La igualdad de derechos es el paradigma. Todavía estamos en un estado de razón, de cultura, de bienestar.