Paco y la Aduana
Yo tuve el privilegio de estar en la Joya del Adriático cuando Paco Hernández era invitado en la XXXV Bienal de Venecia con Sala propia; debido al triunfo que significó su ‘Tríptico de Venecia’ en la XXXI de 1966. “De este hecho excepcional en nuestra historia de la pintura, se cumplen cincuenta años. Justo el mismo año de la inauguración del Museo de la Aduana”, me recuerda Rafael Reyna.
Por lo que haber inaugurado este Museo que aspira a contener la mejor pintura malagueña, sin la obra de Paco, me fuerza a preguntar: ¿Es ingratitud o ignorancia? Si la culpa de tal disparate es de sus jerarcas —en su mayoría funcionarios obedientes al poder—, a nadie le puede extrañar. Pero, que los artistas malagueños no hayan puesto el grito en el cielo ante tamaño horror vacui, no lo comprendo. Menos, que mi amigo Eugenio Chicano declarara en la apertura: “Me siento bien representado con esta pieza… Además, esta es una sala llena de amigos”. ¿De verdad no echó en falta a alguien?
A estas alturas, no sé de qué me sorprendo, en medio del ideologismo reinante, empecinado en que, más allá del derecho, todos seamos iguales. Naturalmente, a un ‘distinto intemporal’ como Paco (singular -en su arte y sobremanera en su persona-, genio en suma), tal provinciano igualitarismo entiendo que no lo soporte. De siempre es sabido lo caro del peaje de vivir, pensar, pintar, al margen del rebaño.
Aunque el entuerto de algún modo se arreglará, se tiene que arreglar, la patita ya la han enseñado.