Esos benditos locos
Hace meses que no veo a Fernando por el barrio. Es curioso cómo se echa de menos a ciertas personas.
Fernando estaba ahí, con su físico quijotesco, huesos y puro nervio, andando a grandes zancadas, como si el mundo girara en su contra o los vientos le viniesen de frente, sus brazos rítmicos y largos braceaban el aire, mientras, de una acera a otra iba y venía, desprovisto de caballo y escudero, gesticulando y hablando con esos seres tan reales para él como invisibles para el resto.
Por lo visto Fernando había sido un joven con talento, había cursado estudios universitarios y su familia estaba bien situada, pero un día, dicen, se les cruzaron los cables. Algo que a pesar de ser un dicho común, no logro captar, porque no imagino el alma humana como panel electrónico. Más bien me parece un misterio; el mayor de los misterios, porque Fernando, como otros, quizás lo que haya cruzado sea una línea, una frontera invisible, una especie de portal capaz de trasladarle a otras dimensiones, otras realidades que no somos capaces de entender. ¡Quién sabe! El caso es que hace tiempo que no lo veo por el barrio. Quiero creer que está bien y que un día de éstos aparecerá con esas mallas y camiseta que usaba en invierno, o con bermudas y ombligo al aire en verano. A veces se acercaba a las puertas del supermercado, extendía la mano, pedía para un cartón de leche o para una cerveza, según la hora. Otras, se le veía ir con algunas prendas bajo el brazo, seguramente sacada de algún contenedor. Él las extendía sobre el suelo, a modo de mantero, como si de prendas delicadas y finas se tratara y las ofrecía al público que pasaba ajeno. Fernando, ese hombre pacífico, de edad indefinida, en el que confluían todas las edades. ¿Dónde estará ahora?
Me lo pregunto y cierro El pasajero/Stella Maris, la última novela de Cormac McCarthy. Una reflexión sobre la felicidad y sobre el alma humana. ¿Es la inteligencia el salvoconducto apropiado para viajar por esta senda que llamamos vida? En la narración, los protagonistas, hermano y hermana, son dos cerebros brillantísimos: en física, él; en matemáticas, ella; pero ambos han sido tocados por los dioses y todos sabemos lo que esto significa: lo que te dan por un lado te lo quitan por otro. Ellos jamás podrán ser felices porque anudada al prodigio de esas mentes maravillosas, llevaban la peor de las tragedias: la del amor imposible.
Y así, qué resta sino adentrarse en el laberinto. Para él, la soledad más atroz; para ella, la de la compañía de seres sin cotejo alguno con esta realidad. Esas voces con las que conversa desde siempre. Desde que se dio cuenta de que estaba locamente enamorada del hermano. No es falta de inteligencia lo que le ha hecho traspasar el umbral a la protagonista.
A Fernando tampoco. Cada cual tiene su motivo para habitar esta u otras realidades.
Sería bonito imaginar que en este lado del umbral, se pudieran crear espacios en el que esos benditos que llamamos locos tengan su lugar. La salud mental de la que tanto se habla y a la que hay que dotar de atención y presupuestos, debe ir unida a la salud de barrio, salud entre vecinos. Salud y empatía, para que los Fernandos de nuestras calles puedan tomar el sol mientras charlan con sus amigos invisibles.