Por favor... dibújame un cordero
Esta es la extraña petición que recibe un piloto, en mitad del desierto del Sáhara, cuando se creía completamente solo, con su aeroplano averiado y a más de mil kilómetros de cualquier zona habitada.
¿A qué os suena? ¡Claro que sí! Estoy hablando de El principito, ese tierno y joven personaje habitante del asteroide B 612, creado por Saint-Exupéry para recordar al mundo lo único verdaderamente importante y que, al parecer, vamos perdiendo conforme crecemos y nos hacemos adultos: el valor de lo invisible, ese algo inmaterial que no tiene apariencia, que no es cosa que podamos tocar, y que podemos resumir con la palabra amor; porque en esa palabra se incluyen todas aquellas manifestaciones del espíritu que tienen la bondad en sus raíces.
Hoy escuchaba por la radio que es probable que el Premio Princesa de Asturias de la Concordia recaiga en la candidatura promovida por el profesor Francisco Cid y que tiene a los niños como protagonistas.
La candidatura ‘Niños y Niñas por La Concordia’ se apoya en la ejemplaridad que ha mostrado la infancia durante ese periodo tan durísimo como fue el confinamiento sufrido durante la pandemia. Niños que, de un día para otro, no podían ver a sus amigos, a sus abuelos, a sus profesores. Niños que han sufrido el aislamiento más severo que podríamos haber imaginado: no salir de casa.
Estos niños, durante ese tiempo, probablemente se sintieran habitantes de un planeta pequeñito y amenazado, un planeta que había que limpiar y cuidar todas las mañanas, pero un planeta del que no podían escapar, o… quizás sí. ¡Quién sabe! Quizás nuestros niños decidieran volar con la imaginación y, en ese vuelo, conocieran otros asteroides, otros mundos. Mundos pequeñitos habitados por un solo hombre. Seguro que han conocido a ese rey que no puede ejercer autoridad alguna porque no tiene súbditos; o ese otro, el hombre de negocios, que sólo hace contar y recontar su fortuna. Una fortuna que no le sirve de nada porque nada puede adquirir con ella. O aquel otro, tan vanidoso, que se siente el centro del universo y busca aplausos constantes cuando no tiene a nadie que le aplauda.
También, puede que en ese vuelo se les haya desvelado que nada es más importante que la amistad, y que el amor es lo más bello que florece en nuestros corazones.
Sí, quizás nuestros niños hayan aprendido que el mundo de los mayores es demasiado complicado y que lo es porque, una vez, no se sabe cuándo, los adultos se olvidaron de que fueron niños. Olvidaron jugar con la fantasía. Olvidaron lo que querían ser; puede que porque nadie supo ver lo que había en sus dibujos infantiles.
Francisco Cid seguro que sabe ver lo que dibuja un niño. Y sabe que tras esas líneas con forma de sombrero, hay una boa que se ha tragado a un elefante.
Ojalá, cuando estas líneas se publiquen hayamos celebrado que el 23 de junio, el jurado del Premio Princesa de Asturias de la Concordia también ha sabido ver la valentía y la generosidad que nuestros niños llevan dibujados en la sonrisa.