La hora violeta

Columna de Emilia García

Llevo días angustiada. Imagino que como cualquiera en estos momentos en los que un desalmado, desde la arrogancia y la locura que  da el poder, se empeña en modelar la historia a su antojo, aun sabiendo que puede perder la materia prima del modelaje: la propia arcilla. 

Pero, aunque los últimos acontecimientos me desalienten, no quiero desviarme del punto al que quería llevar esta columna: la igualdad de género como imperiosa necesidad para la construcción de un mundo más humano. Y me vais a permitir que introduzca el tema con una pequeña anécdota personal.

Era el 8 de marzo de 1983 cuando me presenté a oposiciones al  Ayuntamiento de Málaga. Al terminar el examen, me dirigí al recinto ‘Eduardo Ocón’ donde se celebraba un acto por el Día Internacional de la Mujer. Fue un día histórico para mí, porque esas oposiciones las aprobé. Por aquel tiempo, estaba leyendo, no se me olvidará nunca, La hora violeta, de Monserrat Roig. Una novela en la que las protagonistas componían el relato de los momentos más convulsos del siglo XX en nuestro país y buscaban el tránsito hacia nuevas formas de participación en la construcción del futuro, sin renunciar a su condición de mujeres. Yo leía a Montserrat Roig y pensaba que, por primera vez en demasiados años, íbamos hacia adelante. 

Hace ya casi cuatro décadas de esto y, aunque hemos dado un salto cuantitativo y cualitativo en todos los aspectos, también es cierto que algo está fallando para que en pleno siglo XXI, después de los logros sociales y políticos conseguidos, la situación de la mujer siga siendo de desigualdad. Y, sobre todo, algo muy grave pasa para que la violencia de género sea terrible  noticia día tras día.

Considero más que necesaria una revisión cultural a fondo, en la que se visibilice el papel de las mujeres en nuestra historia y  nuestra cultura, para que nuestras niñas y jóvenes miren hacia atrás con orgullo, y caminen hacia adelante con la determinación que da el saberse inteligentes y valiosas; y para que nuestros niños y jóvenes aprendan a conocer y a valorar, desde el respeto, a sus compañeras de viaje en esta vida. Porque aquí estamos, juntos, en este maravilloso planeta, para hacer de él un lugar en el que la fraternidad prevalezca. Un mundo limpio y saludable. Sin opresores. Sin violencia.

Las reivindicaciones por la igualdad entre hombres y mujeres tienen una larga trayectoria. Como muestra, vale un botón:

A Inés de Joyce y Blake, madrileña afincada en Vélez-Málaga, le debemos el que quizás sea el primer ensayo feminista escrito  por una española: Apología de las mujeres (1798). Un ensayo que, hoy por hoy, es estudiado en contextos internacionales sobre la ilustración y la diferencia de sexos. 
Termino diciendo: ¡No, a las guerras!, ¡No, a la violencia de género!, con los versos de mi querida Gloria Fuertes:

“Que no vuelva a haber otra guerra, / pero si la hubiera, / que todos los soldados/ se declaren en huelga”.
¡Qué huelga más hermosa sería esa!