María Zambrano en primavera

Es la primavera, la esperanzadora, la que  llega a nuestros sentidos casi de puntillas. Todavía el cuerpo no se ha despedido del invierno y una tarde cualquiera notamos que el aire ha cambiado, que trae el crepúsculo un aroma especial, que la brisa se endulza y entibia. Es la primavera, nos decimos sonriendo.

La primavera, como ninguna otra estación, tiene latiendo en sus andenes el secreto deseo de la vida, una vida que se abre paso en esos árboles florecidos que tanto amaba María, el árbol del amor les llaman; amor que se derrama en flores de un rosa intenso antes que el verdor los cubra. En esos ciruelos de jardín, de troncos y ramas casi negros, que se cargan de florecillas blancas, rosadas apenas. En esos naranjos que vierten en calles y plazas el perfume que embriaga y dulcifica. Es la primavera que pinta margaritas y amapolas por campos y cunetas, pincelándolos con el amarillo intenso de la flor del trébol. Es la primavera que estalla en el cielo al atardecer ramificando los colores de la pasión, o con ese rayo casi verde, tan preciado para María: el de la esperanza.

La primavera, lugar y tiempo de María Zambrano. Su isla prenatal, como ella llamaría a la isla de Puerto Rico. Lugar de plenitud, en el que la naturaleza exhibe toda su potencia. Tiempo en el que Perséfone vuelve a ser Core y Deméter regala al mundo su alegría por la hija rescatada. 

María nace en primavera, en la promesa ritual y siempre cumplida de la vida.

Bien está que sea con la primavera , que el Ayuntamiento de Málaga, tras una gestión que le ha llevado más de doce años, por fin, le haya concedido la Medalla de Oro y la haya reconocido como Hija Adoptiva de la ciudad. Más vale tarde que nunca para honrar la memoria de una mujer, que ha dejado como legado el pensamiento filosófico-poético más original  del siglo XX. 

También las bibliotecas municipales de Málaga extenderán la primavera durante todo el año acercando la exposición María Zambrano, corazón del pensamiento, a jóvenes y adultos. Una oportunidad para conocer la vida y obra de María; a la vez que se resalta la figura de Juan Fernando Ortega Muñoz, catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Málaga, Hijo Adoptivo de Vélez-Málaga y director de la Fundación María Zambrano desde su creación en 1987 hasta 2013. Un hombre que, desde mediados de los años setenta, hizo todo cuanto estuvo en sus manos para que la obra de María Zambrano se reconociera como  merece y nuestra filósofa volviera a España.

Es justo que los jóvenes de hoy conozcan y reconozcan la labor de los que les preceden. Es de justicia señalar que el pensamiento es necesario, que la filosofía y la poesía son necesarias, y que muy cerquita nuestra hay quienes se desvivieron para que la voz de María Zambrano nos llegara. Una voz que hay que sentir, como los aromas de primavera. 

No se puede entender el perfume del azahar, aunque científicamente te digan qué moléculas lo producen, el perfume es perfume porque se siente, lo mismo que se siente la caricia de la brisa, el rumor del oleaje que nos dice ven y aléjate al mismo tiempo; o el rubor del cielo que, de tan intenso, se nos cuela en el corazón.
A María Zambrano,  hay que sentirla.