Para qué la poesía
Hace poco, me comentaba una amiga que la poesía es la chica fea de la literatura, de la que todos alaban sus virtudes, pero con la que nadie quiere salir. Estaba un poco decepcionada.
Todo esto venía a colación porque la habían invitado a un evento para que leyera sus poemas. El acto, en el que se tocaban distintos géneros literarios, se había programado de manera que la lectura poética ocupase los últimos veinte minutos.
Mi amiga pudo ver cómo los intervinientes, una vez hablaban de lo que allí los había llevado, se marchaban. O sea, que iban para escucharse a sí mismos, como si lo que ofreciera el otro no tuviera interés alguno. Ya podréis imaginar, que cuando mi amiga fue a leer quedaban tres personas, contando a quien organizaba la velada. Eso duele.
¿Para qué la poesía?, -me preguntaba, un tanto enfurruñada-. Recordé entonces los versos de Rosalía de Castro: “Adiós, ríos; adiós, fuentes; / adiós, arroyos pequeños;/ adiós, vistas de mis ojos,/ no sé cuándo nos veremos”. ¡Cómo me gusta este último verso! Poeta y paisaje hermanados, despidiéndose mutuamente.
Si leemos: “El sueño va sobre el tiempo/ flotando como un velero/ nadie puede abrir semillas/ en el corazón del sueño”; o lo escuchamos en voz de Camarón, al que estoy segura, Lorca habría aplaudido hasta romperse la camisa, quizás tendríamos ciertas dificultades para expresar lo que esos versos nos dicen y, sin embargo, ¡quién no se emociona al escucharlos o leerlos!
Con la prosa podríamos acercarnos diciendo que en el sueño -entendido como anhelo, ideal o utopía- no puede germinar nada utilitario, que el sueño, solamente nos ayuda a no zozobrar en el mar de la existencia donde el ayer y el mañana confluyen. “Sobre la misma columna / abrazados sueño y tiempo,/ cruza el gemido del niño / la lengua rota del viejo”. Naturalmente me quedo con el poema. Con la fuerza evocadora de su misterio.
Cuando Cernuda escribió: “Porque ignoraba que el deseo es una pregunta/cuya respuesta no existe,/una hoja cuya rama no existe,/un mundo cuyo cielo no existe. ¿No apelaba a ese misterio?
Emily Dickinson definió la esperanza como “esa cosa con plumas / que se asienta en el alma” y don Antonio Machado pensaba que “Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar / pasar haciendo caminos / caminos sobre la mar”.
¿Quiere esto decir que la poesía solo sirve para expresar lo intangible? Ya sabéis que no. La poesía es clavel y es espada, es un beso y un desgarro, es hambre y pan a la vez.
Para Celaya, “La poesía es un arma cargada de futuro”. La palabra poética es rebelde, evocadora y transformadora precisamente porque rompe los moldes de expresión establecidos. Capaz de eludir censuras y crear códigos inteligibles para aquellos a quienes se dirige, como esta copla de Moreno Galván que cantaba José Menese: “Señor que vas a caballo/ y no das los buenos días, / si el caballo cojeara / otro gallo cantaría”.
Don Manuel Alcántara, que derrochaba saber y humor andaluz, decía: “No digo que sí o que no, / digo que si Dios existe / no tiene perdón de Dios”.
Y el gran Vicente Aleixandre confesó: “Escribo acaso para los que no me leen. / Esa mujer que corre por la calle como si fuera a abrir las puertas a la aurora”.
Quizás -le dije a mi amiga-, la poesía sólo sirva para esto. Para recordarnos que sentimos que todavía estamos vivos.