La tumba de Antígona

El Festival de Teatro Clásico de Mérida, echaba el telón este año con una obra de nuestra paisana María Zambrano, y hacia allá nos fuimos, dispuestos a ver y escuchar lo que ya habíamos leído, y que tantas emociones y  reflexiones nos había despertado.

Pocas tragedias griegas han llamado tanto la atención de filósofos y creadores como ‘Antígona’, cuyo argumento puede resumirse en la historia de una muchacha que decide honrar la muerte de su hermano dándole sepultura, aunque sepa que este acto le costará la vida.

Pero Antígona hace lo que debe hacer, avalada por un sentido de la  justicia que  va más allá del poder de los hombres y de los dioses. Una justicia que viene dictada por la más entrañable y humana de las vísceras: el corazón, casa y nido de la sangre. La sangre que fluye por nuestras venas y que nos dice en cada una de sus pulsaciones que somos humanos y que no puede haber justicia si ésta no ampara y protege lo más sagrado; lo entrañable de la condición humana.

María Zambrano llevaba esta tragedia en su corazón. La reescribió porque le parecía que Sófocles, al hacer que Antígona se suicidara en su tumba, le había negado  el  derecho a la voz. 

La voz y la escucha. Dos actos trascendentes para Zambrano.

El acto de decir, de acompasar el paso del aire desde lo más profundo de nosotros hacia el aire en sí, y con las palabras y en ellas, se manifieste nuestro propio ser, nuestro coherente discurso.

El acto de escucha, que no es oír, sino prestar atención a lo que se oye. Escuchar para llegar a saber y llegar a conocer.

Escuchar  nuestro propio delirio cuando se nos condena al aislamiento, la soledad y la muerte. Sí, Antígona, en su delirio, hablará y escuchará a los seres que han conformado su historia, la historia personal que ya, en el momento en que la chiquilla se ha rebelado al poder, se hace Historia con mayúsculas.

Ese es el tiempo que María Zambrano le proporciona cuando escribe La tumba de Antígona: una obra que es toda poesía y que vas leyendo alumbrándote a la vez con su lectura. Hay un párrafo pequeñito que quiero compartir. Aparece en el texto Sueño de la hermana, y nos refiere  la relación que une a Antígona y a Ismene. Dice así: “Porque hermana, nosotras tenemos nuestro secreto, lo tuvimos siempre (…)  un secreto nuestro de hermanas solas. Hermanas siempre”.
También María Zambrano en carta a  su entrañable amigo Lezama Lima le dijo que Araceli y ella tenían un secreto: las dos eran la misma persona.

Este es el gran secreto que se sabe y no se sabe a la vez, y que extrapolado a la humanidad entera configuraría ese hermanamiento tan necesario. Formamos parte de la totalidad.  Ese es el gran secreto del mundo al que los poderosos no quieren dar voz y no quieren hacer oídos; porque el poder nunca escucha. No hay voz que lo penetre. El poder no sabe de la fraternidad, del amor, de la piedad. El poder es inhumano y proclama su ley, escrita siempre con la sangre de los inocentes. 

No. María Zambrano no decepciona. Su voz es cada vez más transparente.