Un poco de magia

En estas fechas en las que parte del mundo celebra el nacimiento de un niño, no estaría de más reivindicar el lugar que lo mágico tiene en el corazón de la humanidad. Hay adultos que nunca han dejado de escuchar la música de la fantasía, esa partitura que ondea en sus balcones y que les hace recrear sus sueños y escribirlos.

Decía Roald Dahl que quien cree en la magia está destinado a conocerla. También Ana María Matute nos lo dijo a lo largo de su vida y de sus escritos. Yo no quería terminar el año sin que mi marcapáginas se posara en una de sus mejores novelas: Olvidado rey Gudú; una historia que Matute nos ofrece para hacernos revivir las quimeras que poblaron nuestra niñez. Por ella transitan seres extraordinarios y maravillosos en plena interacción con los humanos, dando lugar al nacimiento de los hijos de las hadas y de los hombres, criaturas que comparten ambos mundos.

Una novela que hace un guiño a lecturas pasadas, las mismas  que compartimos con nuestros hijos en las noches en las que iniciábamos el relato con el érase una vez, el santo y seña que los preparaba a entrar en ese espacio imaginario y querido, antes de que el sueño los rindiera; porque Olvidado rey Gudú está poblado por los cuentos de hadas tradicionales: Perrault, los hermanos Grimm,  Andersen…

También la reflexión sobre el tiempo y el olvido, el amor y el desamor, la ambición y el poder, la maldad y la bondad, sobrevuelan el reino de Olar, país en el que Matute construye su historia. Y, por encima de todo, la lección infantil, los ojos y las miradas de los niños capaces de percibir lo que  no  perciben los adultos: la magia de la vida.

De esta mirada perdida sabe mucho la protagonista, la reina Ardid, que recibe este nombre porque en sus ojos hay destellos lunares y el ardid y la inteligencia son sus armas más poderosas; aunque al final de su vida llegue a la conclusión de que le falta algo fundamental: el amor. Y es que puestos en una balanza, mente y corazón deben quedar equilibrados. Anular uno de estos componentes es quedar a merced de la niebla del olvido.

Cuando yo era pequeña me encantaban los cuentos y los tebeos de hadas. De ellos pasé a esas series en las que predominaba la aventura. Mi heroína fue, sin duda alguna, la reina Sigrid, compañera del Capitán Trueno. Para mí era mágico el que una mujer tuviese la valentía, la audacia y la libertad de la que gozaba Sigrid. Más tarde comprendí que esos tebeos habían sido una especie de faro en mi vida; y es que la lectura enseña porque nos muestra mundos que pueden llegar a ser. 

Citaba Chesterton que los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos.

Así que en estos días, al pensar en los niños y niñas que esperan sus regalos, acordaos de  los libros y la magia que encierran. Regaladles también la caricia de vuestra voz, acomodaos con los pequeños al arrullo de las sábanas y leedles los cuentos con la emoción que merecen. Quizás entonces podréis ver el brillo de Campanilla o escuchar las pisadas de los duendes. Ana María Matute las sentía.

¡Felices Fiestas, lectores!