Y seremos felices
Juan Ramón, en su Canto de invierno, se preguntaba dónde cantan los pájaros que cantan, aunque viene bien preguntarse hoy para qué van a cantar los pájaros, si los que lo hacen van dando saltitos de ciego sobre los temas que más importan para terminar en la orilla de la nada o, los que lo intentan, acaban ‘cancelados’ por la horda moralizante de los tiempos.
La última batalla -llámenla cultural, llámenla antisistema- se libra en el submundo de las redes sociales que aún no han terminado de extender la censura a todos los niveles. En una sociedad donde, salvo el eterno debate izquierda/derecha/centro, las grandes corporaciones mediáticas -incluyendo el cine y la literatura- confluyen en un wokismo sin apenas fisuras ideológicas y sin permitir opiniones de la disidencia del extrarradio ideológico.
Así, podemos ver publicados centenares de estudios apocalípticos que los medios españoles repiten como loros, pero debe ser el reloj el que los vaya desmintiendo uno tras otro, ya que ninguna voz diferente tiene cabida en los altavoces mediáticos. Es por ello que temas como la Agenda 2030 -“No tendrás nada y serás feliz”-, el nuevo reglamento ciudadano en el que todos estaremos a disposición del Gobierno cuando lo crea conveniente, incluidas nuestras pertenencias, etc., apenas crean escándalo un día, se quedan sin analizar y se pasa a otra cosa porque la velocidad de la información nos sobrepasa continuamente.
Todo, incluyendo la cultura de la cancelación a elementos socialmente no integrados en la ideología imperante, proviene de esa fuente inagotable de ingeniería social que son los Estados Unidos y que con tanta rapidez se copia en sus satélites occidentales. Si mandan arrodillarse por el asesinato de un hombre en Mineápolis a manos de la policía, se arrodillan felices los sumisos, pero no nos queda ya ni el recuerdo de aquel chico español que murió combatiendo con su monopatín a una piara de terroristas en Francia.
Sólo en esas redes sociales se permite, bajo la atenta mirada de la censura, un atisbo de libertad que se cuela a duras penas por los intersticios de lo políticamente correcto. Recuerdo que Facebook me amenazó con cerrar mi cuenta personal por subir una noticia de una exposición. El cuadro al óleo que ilustraba la noticia era el problema, típico de este siglo: una mujer de torso desnudo. Un cuadro, repito, que la propia nota de prensa incluía como imagen.
No es que me importara demasiado que me cerraran la cuenta, pero no puede uno dejar de preguntarse en qué momento aquello que se llamó progreso ha acabado convirtiéndose en esto: cuándo la razón ha dado paso a las emociones y éstas a una nueva mojigatería espiritual e intelectual.
Quizás, la respuesta la diera Huxley cuando auguró que la dictadura perfecta sería aquella que, adaptada a nuestros tiempos, sonara así: “No tendrás nada y serás feliz”.