Extraña vida

Qué extraña es la vida. La mayor parte de ella la pasamos sintiéndonos  espectadores de la misma, observadores de lo que pasa a nuestro alrededor, admiradores de las novedades que ocurren…; cuando, real­mente, lo que somos, lo que realmente somos, resulta escasamente protagonista del acontecer que nos envuelve. Y es que, en este trajín imparable que mantenemos, olvidamos, a veces, las cosas realmente importantes, las que especialmente son valiosas, por las que vale la pena vivir, por las que tiene sentido ser y estar. La relación de estas cosas sería fácil de consensuar entre todos: salud, familia, amor, amigos, ilusiones… 

En esa extraña vida que vivimos, nos descuidamos y se nos escapa ella misma, se nos pasa en un soplo. No nos hacemos preguntas, ni nos paramos a reflexionar sobre transcendencias y, de pronto, nos damos cuenta de que hemos dejado mucho en el camino, y que, aunque podemos tener las alforjas más o menos llenas de conocimientos y amigos, en el sendero, o en la cuneta se nos han quedado muchas alegrías, muchas ilusiones, muchos entusiasmos…
     La realidad nos aprisiona, nos distrae, nos agobia, nos anodina,  nos confunde… Y, sin embargo, la realidad es algo en la que estamos sumergidos y que pasa delante de nosotros, de nuestros ojos, de nuestro pensamiento, de nuestros sentimientos, ineludiblemente… De pronto un día, la enfermedad de un amigo, la muerte de un allegado, una enfermedad propia, un adiós no previsto, una jubilación, etc., nos hace meditar, y la nostalgia crece, y aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” toma relieve, se nos hace presente… 
Todos queremos transcender, permanecer, continuar; a veces de cualquiera de las maneras posibles, a veces, incluso, sin darnos cuenta de que ese es uno de los principales objetivos de nuestras vidas, y que buscamos, permanentemente, el aplauso ajeno, la aceptación de los demás, que anhelamos respuestas a nuestra natural ‘elogioadicción’… 
     Todos somos conscientes de que debemos devolver un mundo algo mejor del que nos encontramos. Todos somos conscientes de que el patri­mo­nio, es decir, lo que nos llegó sin es­fuerzo propio y nos fue dado por las ge­ne­raciones anteriores, debemos conser­varlo, crecerlo, pro­te­gerlo, ampliarlo; todos so­mos conscientes de que te­ne­mos deudas con la sociedad en la que vivimos, que man­tenemos prestados muchos de los tesoros de nuestras vidas…
     Hay un momento en el correr del tiempo en el que el pasado y el futuro se encuentran con el presente. Es algo así como si el tiempo nos alcanzara, algo que a todos nos pasa, aunque en distintos momentos y que se desencadena por motivos variados e imprevisibles.
     Tres elementos cercanos de la vida presente, entre otros, nos ayudan a ampliar nuestro espacio vital hoy. De un lado, el ordenador, vía internet; de otro, la telefonía móvil, y, para completar el panorama, el coche, convertido en cabalgadura que nos transporta a mundos no usuales.
     Internet, con sus emails, facebooks, googles, plataformas de búsquedas, bases de datos, etc., etc., nos muestra un mundo nuevo que hasta pocos años parecía impensable. Es algo así como un mundo paralelo al existencial. 
     La telefonía móvil, especialmente los smartphones, con miles de programas que nos convierten el dispositivo en una herramienta de inmensa potencialidad para el individuo, es uno de los protagonistas de nuestras vidas: Whatsapp, Periscope, Instagram, Twitter, etc., etc., se unen a la capacidad de ser linterna, cámara de fotos, cámara de video, despertador, cronómetro, radio, lupa, traductor, agenda, navegador de vehículos, localizador de gasolineras, bancos, hoteles…; herramienta de pago, consultor profesional, buscador de trabajo, informador de la cartelera, etc., etc., incluso nos permite… ¡Hablar por teléfono!
     Y el coche, con su capacidad para desplazarnos, trasladarnos, llevarnos a espacios variados y distantes, nos recuerda lo que Mark Twain decía de que “viajar es un ejercicio con con­se­cuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente".
     ¡Qué extraña es la vida…¡ ¿O no?