Fútbol y lecturas
El mundial de fútbol de Brasil, en 1950, fue el mejor mundial de España hasta el momento. Este campeonato, el primero que se jugaba tras la II Guerra Mundial, fue una buena ocasión para salir del aislamiento. En Brasil, nuestro país logra ocupar la cuarta plaza, tras vencer, consecutivamente, a Estados Unidos, Chile e Inglaterra, empatar con Uruguay, y perder con Brasil y Suecia. El equipo estaba integrado por Ramallets, Alonso, Parra, Gonzalvo II, Gonzalvo III, Puchades, Basora, Igoa, Zarra, Panizo y Gaínza. Dos encuentros tuvieron especial significación. La victoria ante Inglaterra, con el famoso gol de Zarra, y la goleada que sufrimos con el 6-1 que nos encajó Brasil.
También en Vélez-Málaga el fútbol está en el candelero. En 1951 se inaugura el nuevo estadio, el Vivar Téllez. Fue el miércoles 18 de julio a las 6,30 de la tarde. Para conmemorar la inauguración, se enfrentan el CD Málaga y el Vélez CF (de Educación y Descanso). La madrina del partido es la hija de don Rodrigo Vivar, doña Araceli Vivar Mira, y la inauguración es presidida por el gobernador civil, García del Olmo, y el presidente de la Diputación, don Baltasar Peña. Tras la bendición, a cargo del párroco don Gabriel Hernández, la madrina realiza el saque de honor, y el árbitro malagueño, cuyo nombre coincide con el actual alcalde de Málaga Francisco de la Torre, da comienzo al partido. Aquel día, el equipo local, formado íntegramente por veleños, alineó a Mambrolla, Extremera, Reyes, Zapata, Palma, Jiménez, Pepillo, Benítez, Farré, Aranda y Montosa. Y, aunque perdió el Vélez, resultó una tarde de fútbol inolvidable que significó el punto de partida de una etapa nueva en la historia del futbol veleño...
El cine de la época va a producir una de las obras maestras del cine español. Bienvenido Mister Marshall, de Luis García Berlanga, surge aprovechando un contrato con la estrella de la canción española, Lolita Sevilla. La película es todo un prodigio de humor crítico, tierno, y, a la misma vez, corrosivo. Es una fábula maligna, un cuento de hadas que crea ilusiones que se desvanecen entre el estupor y la frustración. Los actores de toda la vida (Pepe Isbert, Manolo Morán, Elvira Quintillá, Rafael Alonso...) encuentran en esta obra la ocasión para crear personajes inolvidables. Y otras películas, como El Sueño de Andalucía o Violetas Imperiales hacen que Luis Mariano encuentre un lugar inolvidable en la década, y unos éxitos de taquilla de gran calado.
Los muchachos, en Vélez, para ir al cine Teatro del Carmen, o al Principal Cinema, se peinan para atrás, visten pantalón largo y ponen cara de hombre intentando engañar su edad a los porteros, y poder así ver a Sofía Loren en La ladrona, su padre y el taxista; soñando con besos y escotes en El último cuplé o Pan, amor y fantasía; y dispuestos a enamorarse de Rita Hayworth en Gilda. Y todos, grandes y chicos, derraman sus lágrimas ante Marcelino pan y vino y Ama Rosa. El cine nacional nos deslumbra con Muerte de un ciclista y, el internacional, con Casablanca.
Los niños y jovencitos pasan de los tebeos del Guerrero del Antifaz a los del Capitán Trueno. Los de Roberto Alcázar y Pedrín y el Guerrero del Antifaz, que habían nacido en la década de los cuarenta, eran excesivamente doctrinales, en la misma línea que los de Diego Valor y los de Flash Gordon. El humor lo acaparaban el TBO y el Pulgarcito. Los años cincuenta suponen la aparición de la aventura en toda su extensión, y así se plagan los kioscos con las extraordinarias por entregas de El Cachorro, El Jabato, Apache, Pantera Negra, y, sobre todo, las Aventuras del FBI. Pero una serie logró batir todos los records. Era la historia del noble capitán castellano, El Capitán Trueno, con su escudero Crispín, su ayudante Goliath -el Cascanueces-, y la princesa Sigrid de Thule...
Los kioscos de la Plaza de las Carmelitas, y de la Plaza de las Indias, hacían el agosto todos los miércoles cuando llegaban las nuevas entregas.
En la biblioteca pública Federico Vahey, que había sido inaugurada el 18 de julio de 1949, los muchachos de los años cincuenta podían leer los maravillosos tebeos de Disney con el Pato Donald, el Tío Gilito, Mickey Mouse, Pluto... Todo un lujo para época. Allí empezamos a amar la lectura.