La tercera edad
Artículo de Francisco Montoro
La vida pasa por diversas fases, etapas, momentos… Fases que, aunque de jóvenes no son detectadas con nitidez, de mayor se dibujan claramente diferenciadas. Porque la vida va avanzando y se nos hace difícil detectarlo en el interior de cada persona, cuyos procesos vitales-mentales avanzan de manera irreconocible para cada humano.
De niños soñamos con ser muchachos, y pensamos que todo marcha muy despacio y que nos gustaría alcanzar el grado vital siguiente con más premura. De muchachos soñamos con ser adultos, con lograr “la plenitud de la vida”. Luego, tras la poderosa etapa de la madurez, llegamos -ya sin prisas- a la tercera edad, a un tiempo no soñado, pero que llega imparable.
Como cada una de las etapas de la vida, la tercera edad tiene características propias, con sus cosas buenas y sus menos buenas, con sus descubrimientos y sorpresas, con sus secuelas y ventajas.
La tercera edad es un tiempo sobrevenido, no deseado, que te posiciona en situaciones difíciles, no buscadas, y que te somete a situaciones nuevas. Ya no se ve el futuro como algo extenso, sino como algo que avanza imparablemente y que no es posible detener. Es un tiempo de menos sorpresas, porque cada vez son menos las cosas nuevas que nos ocurren; tiempos de decepciones, porque vas descubriendo que no todo es tan limpio y auténtico como habíamos imaginado en la juventud; tiempos de cansancios, porque vamos agotando nuestras iniciativas, nuestros emprendimientos, nuestros empujes, nuestras utopías…
Hay quienes en esta fase de la vida hacen proyectos, se llenan de iniciativas y las intentan y llevan a cabo. Es la época más propicia para cultivar la amistad -por la disponibilidad de tiempo-, para la colaboración con los cercanos, para poner en marcha las aficiones que siempre tuvimos y nunca pudimos desarrollar, para compartir, para pasear, para conversar, para leer sistemáticamente, para el coleccionismo, para escribir un libro…
Durante mucho tiempo ‘tercera edad’ y ‘vejez’ fueron consideradas como sinónimas; pero en la actualidad, tras los avances de la medicina y de la calidad y nivel de vida, la tercera edad debe ser considerada como el paso previo a la vejez. Es la época de la jubilación, pero no de la senectud. O eso queremos creer los que nos descubrimos un día, aun reciente, en esta fase de la vida. Y es que, de pronto, te descubres aproximándote a la fase final de la existencia, a la vejez. Un familiar me recordaba, hace tiempo, que “la vejez es muy fea”. Da miedo verla venir. El dolor, la enfermedad, la soledad, el desamor, la tristeza…
Durante la tercera edad se conserva aún una autonomía de la que el anciano carece, aunque el descenso resulta progresivo y evidente. Y cuesta aceptar que el verdadero descenso comienza cuando se hacen frecuentes los contrapesos de la razón con los que se defendían en la edad adulta. Es la etapa en la que aumenta la fatiga física e intelectual, falla la memoria inmediata y la capacidad de improvisación, y se pierden los automatismos… Es la llegada a la más triste de las experiencias, cuando la persona toma conciencia de que no se encuentra a la altura del prototipo de adulto. La más complicada de las observaciones es cuando el individuo se ve aprisionado entre el desmoronamiento de la cima de la vida, y el abismo de la muerte que se acerca. Una muerte que, primero, es social y, después, física.
Y lo grave, o lo que se ve como muy grave, es que, aun entendiendo que se sigue siendo persona, resulta doloroso descubrirse como persona de segunda clase. No obstante, cabe soñar con la idea del equilibrio, aquello que los griegos -inventores del humanismo- sostenían: ni desmesura en el cuerpo, ni desmesura en el espíritu. O lo que es igual: cultura física, dietética, higiénica y direccionada hacia los intereses intelectuales y espirituales.
Todos soñamos con finalizar apaciblemente.