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Columna de Ignacio Pérez
La cuestión catalana ha absorbido la mayoría de los debates del último mes y medio, desde que el Parlament aprobara su Ley de Desconexión, pasando por las votaciones y las fotos de las actuaciones policiales del 1-O, y con el clímax de la votación de la independencia del viernes 27-O y la consiguiente puesta en marcha del artículo 155. No es una cuestión menor pero ha eclipsado otros muchos temas que quedan aparcados, una vez más, y que influyen tanto en la sociedad catalana como en el resto de los españoles.
A mediados de mes la ‘Carta de una malagueña sobre ser español’ se hizo viral en las redes sociales, tanto que la publicó un periódico provincial. Es, en realidad, una oda a los Mundos de Yupi de una joven a la que le queda mucho recorrido por esta vida y en este país, donde la pobreza se enquista y se hace crónica, se acuñan los términos de pobreza energética y pobreza vergonzante, se paga por el derecho al trabajo y se pasan por alto otros derechos fundamentales sometidos a leyes fiscales que, lejos de ser contributivas, son confiscatorias.
La chica explica que “ser español no es llevar la bandera, ni gritar como un berraco frases de odio”, “es presumir de que en Andalucía tenemos playa, nieve y desierto; sentir casi mérito mío que un alicantino esté tan cerca de un Nobel, pedirle a un asturiano que me enseñe a escanciar la sidra y morirme de amor viendo las playas del País Vasco en Juego de Tronos”, y que “también es española la cervecita de las 13.00, el orujo gallego, la siesta, el calimotxo, la paella, la tarta de Santiago, las croquetas de tu abuela y la tortilla de patatas”.
Es cuestión de prioridades, que diría Maslow explicando la pirámide que lleva su nombre. Olvida, porque de momento no ha llegado, porque está en la etapa de lo guay, de los viajes, de salir con la pandi, es que ser español también es tener derecho a “disfrutar de una vivienda digna y adecuada”, sin letra pequeña; que los alquileres o las mensualidades de las hipotecas, y el recibo de la luz no se lleven la mayor parte del sueldo; y que se tenga “derecho a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia”.
Ser español es tener “derecho a heredar” sin que por ello la Administración te sitúe en tal problema económico que tengas que renunciar a la herencia de tus padres. Ser español es tener “derecho al trabajo”, incluido el trabajo autónomo; que la cuota a la Seguridad Social sea equilibrada según los ingresos; que si te retrasas un día no tengas un recargo del 20% el día siguiente; o que una PYME no tenga que pagar a Hacienda un 18% por adelantado sobre unos beneficios que ni siquiera sabe si tendrá.
Ser español también es “promover la ciencia y la investigación en beneficio del interés general”, y no recortarla y reducirla hasta tal punto que los investigadores tienen que abandonar el país, y que cuando vuelven el trabajo que les espera sea en el sector servicios; y que ser español también es tener “derecho a la educación” sin que tus hijos tengan que estar en aulas masificadas porque la construcción de un instituto se retrasa año tras año.
El viral artículo acaba con una mirada desde la distancia del que cuenta una peli que ha visto, con un “ser español es sufrir la situación de paro de tu vecino o el desahucio que has visto en la tele; …que nos llaman gilipollas con cada nuevo caso de corrupción; ser un buen español es querer que en tu país no haya pobreza, ni incultura, ni enfermos atendidos en pasillos del hospital y, joder, querer quedarte aquí para trabajar y aportar todo lo que, durante tanto tiempo, precisamente aquí has aprendido”.
Quiénes somos los españoles para protestar por esto y ser unos antipatriotas, ahora que nos están tocando el artículo 2 de la Constitución Española, el de “la indisoluble unidad de la Nación española”. Quizá algún día los españoles estemos unidos defendiendo los otros derechos, igual de indignados como por la declaración de independencia. Lo que sucede es que estas cuestiones son tan deprimentes que no mola que me vean protestando por ellas.