domingo, 08 de septiembre de 2024 00:02h.

Canción del verano

Cuando llega el calor, nos relajamos y nos disponemos a pasar la canícula de la mejor manera posible. 

No es tiempo de complicaciones y a lo que aspiramos es a descansar, olvidar la rutina, disfrutar de nuestras vacaciones y refrescarnos tanto el cuerpo como el espíritu. Para sobrellevar las posibles molestias que todos tenemos en la vida, utilizamos, entre otros recursos, la música.  

Y ahí es donde aparecen los conciertos y festivales veraniegos, las verbenas, las ferias locales y también, la canción del verano. La mayoría de ellas parecen facilonas, repetitivas y hasta cansinas, como la dichosa El pantalón, del espabilado Omar Montes, Lola Índigo y las Chuches. Otras refrescan un poco más y hasta se hacen reivindicativas, como Potra salvaje, de Isabel Aaiún, que le da una patada a los esquemas típicos de este tipo de canciones y que, tras una remezcla que le dio un toque más bailable, se ha convertido, incluso, en la canción de cabecera de la selección española de fútbol en la Eurocopa de Alemania. 

Tradicionalmente, la expresión ‘canción del verano’ suele ser entre los aficionados musicales más gourmets sinónimo de bazofia musical. Y, aunque eso es cierto en un alto porcentaje de casos por sus melodías facilonas, ritmos rancios, letras estúpidas y bailes ridículos, a lo largo de la historia ha habido temas de gran éxito en época estival cuya calidad está fuera de toda duda. Canciones a las que el paso del tiempo ha respetado y pueden sonar en cualquier reproductor sin que a uno le salgan los colores: Escuela de calor, de Radio Futura (1984), Bailando, de Alaska y los Pegamoides (1982), La puerta de Alcalá, de Víctor Manuel y Ana Belén (1986), Vivir así es morir de amor, de Camilo Sesto (1978), La flaca, de Jarabe de Palo (1997), Get lucky, de Daft Punk, (2013), Happy, de P. Williams (2014), etc. 

Por el contrario, el calado del reguetón, lamentablemente, ha sido rotundo y se ha impuesto tanto en el verano como en casi todas las fiestas de guardar y eventos de todo tipo, desde las celebraciones de los pijos en un exclusivo beach club, hasta las fiestas patronales y los niños en el horario de tarde de las atracciones de feria: casi nadie puede escapar de la influencia del reguetón y sus letras subidas de tono que, desgraciadamente, ha llegado a los rincones más insospechados y a todos los sectores de la población. 

Como se habrán dado cuenta, este humilde cronista, que pertenece a la generación del rocanrol, criado musicalmente en la época de los años 60 y 70 del siglo pasado y que maduró con las aportaciones de los grandes de la música moderna a lo largo de muchos años, parece ‘más perdido que un pulpo en un garaje’. Y digo esto porque no salgo de mi asombro al comprobar cómo esa deriva musical ha corrido como un reguero de pólvora, con esos sonidos prefabricados, estudiados hasta el más mínimo detalle para enganchar a la masa y, en cierta manera, alienarla para que continúe con su consumo fácil y poco exigente.

Por eso, me da tristeza ver cómo la industria musical se ha transformado en los últimos años y surgen como setas reguetoneros de tres al cuarto, triunfitos con poco fondo de armario, flamenquitos y artistas de un solo éxito que viven de las rentas, predominando una música excesivamente comercial, a la que se le da prioridad en las programaciones festivas y culturales de muchos ayuntamientos. 

Cada uno es libre de escuchar lo que quiera, faltaría más, pero muchos se están perdiendo conformar la banda sonora de sus vidas con mejores ingredientes musicales que también son divertidos, bailables y disfrutables. Por ese motivo, deberían  programarse más conciertos y actividades que faciliten su conocimiento y disfrute (conciertos didácticos, ciclos de cine musical, festivales de jazz, blues y rock clásico…), facilitar y promover locales de ensayo y salas de conciertos y que muchos negocios turísticos y de restauración puedan ofrecer música en directo, en vez de coartar esa posibilidad con una reglamentación rígida y punitiva de esas actividades.

Dejar de lado la pachanga y los lugares comunes, que aportan poco al alma, y eventos que buscan más la cantidad que la calidad y que delatan una visión pueblerina con la que muchos municipios renuncian a tener una oferta turística y de ocio de mayor calidad, debería ser una prioridad. 

Y puestos que estamos de vacaciones, les aseguro que es mejor tomarse un tinto de verano con un buen vino y no renunciar a una buena canción del verano.