¡Hace calor!

¡Hace calor, hace calor! Así cantaban Los Ro­drí­guez hace unos años. Me viene esta canción a la ca­beza debido a las sucesivas olas de calor que es­tamos padeciendo y que se han convertido en pro­tagonistas indeseables de tertulias, informativos y conversaciones de barra de bar. 

“Estoy su­dando como un pollo”, “Cómo pega (el) Lo­renzo”, “Me aso de calor”, “Hace un sol de justicia”… son algunas de las expresiones más utilizadas para describir esa sensación que experimentamos ante las elevadas temperaturas que estamos padeciendo, sobre todo en plena canícula.

Y aunque estas subidas de temperatura parece que han venido para quedarse debido a las consecuencias nocivas del cambio climático, sus efectos van más allá de la incomodidad y el estrés que nos produce. Efectivamente, este caloret, que diría Rita Barberá, influye en nuestra vida a todos los niveles. El calor nos estresa, enfada, fatiga, etc., llevándonos a la apatía, desgana, cansancio y otro sinfín de problemas como la conciliación del sueño e, incluso, la muerte, pues se estima en más de 5.000 las personas que han podido morir en el último año por esta causa en España. Además, es uno de los detonantes (junto a la actitud irresponsable y negligente de algunos) de la multitud de incendios forestales que nos asolan, que suponen cuantiosas pérdidas medioambientales y económicas y destrozan el futuro de muchas familias.

Ante este panorama “tan ca­liente”, sigue habiendo algunos que no admiten la relación existente entre los efectos perniciosos de la acción del hombre y el calentamiento global y, como sigamos a este ritmo de malas prácticas e inquina con el planeta, conseguiremos que llegue antes todo aquello que desde hace años viene denunciando gran parte de la comunidad científica: aumen­to de las temperaturas globales del planeta; cambios en los patrones de precipitación; más sequías, desertificación y olas de calor; aumento de huracanes y tormentas severos;  deshielo de los polos y glaciares y aumento del nivel del mar; pérdida de biodiversidad y destrucción del hábitat de muchas especies y ecosistemas; inestabilidad económica y guerras causadas por ella, etc.

Pero una de las cosas que más me achicharran es, precisamente eso, que parece que, cuando hablamos de que el planeta está en peligro, muchos piensan que eso no les atañe a ellos y desprecian los devastadores efectos de esta crisis climática, pensando que en su terruño no va a pasar nada, que aquí  estamos libres de culpa y que lo que dicen algunos agoreros es para los demás. 

Y así, seguimos con un consumo voraz de combustibles fósiles en vez de favorecer de una vez la implementación de energías limpias; plantando subtropicales a diestro y siniestro; no haciendo campañas de concienciación so­bre el uso responsable del agua, prevención de incendios, reciclaje, etc. Aunque no quiero ser catastrofista, es hora ya de que la evidencia de la crisis del clima tiene que espolear una actitud preventiva y racional, tanto entre la ciudadanía como, sobre todo, en nuestros responsables políticos, que se debe traducir en medidas concretas y efectivas para la utilización óptima y eficiente de los limitados recursos, sobre todo hídricos, que tenemos, porque como no llueva mucho y pronto “hasta las ranas llevarán cantimplora”.

Pero como dice el dicho, “solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”. Es decir, intentar prevenir posibles catástrofes medioambientales y adelantarse tomando medidas que palien en la medida de lo posible sus efectos indeseados, parece que no va con nosotros ni con nuestros gobernantes. Si alguna enseñanza debemos sacar de estos episodios cada vez más graves, extendidos y frecuentes es que debemos empezar a cambiar ya nuestros hábitos de conducta (en casa, en la playa, en el trabajo). Pero no, todavía hay quienes se quejan (de manera un poco interesada o inconsciente) de que se tienen que regular las temperaturas en comercios y edificios y ser  un poco más austeros y reducir progresivamente el gasto energético.

Y si es a costa de un poco de circo, mejor. Lo malo es que parece que no venden mucho las medidas a medio y largo plazo y preferimos entretenernos viendo aviones volar (y contaminar), escuchar a reguetoneros cuestionables por su calidad musical y cultural (y caros) y vivir en un carpe diem que olvida las consecuencias nefastas que suponen darle la espalda

al lugar en que vivimos. 

Pero, como no quisiera terminar esta reflexión de manera “acalorada”, les deseo que  hagan frente a las altas temperaturas de la manera más sostenible posible y les invito a que brindemos porque el calor que tengamos sea solo el que habita en nuestras almas.