La bicicleta
Tras la cuasi finalización de la pandemia que venimos padeciendo desde hace dos años, con todo su sufrimiento e inconvenientes, parece que nos hemos imbuido de unas ganas irrefrenables de salir, pasear, ir de compras, hacer deporte, etc. Yo, aunque me lo paso muy bien en mi casa, me incluyo entre los adeptos a esa tendencia de darle un poco de aire a nuestra vida tras todo lo padecido e intentar volver a la (¿nueva?) normalidad.
Y en esas estaba cuando un día, después de dar un paseo en bicicleta, llegué al bloque de viviendas en el que vivo y, por motivos “logísticos”, tuve que dejar mi biciclo en el rellano interior del bloque, pensando que no molestaría a nadie.
Cuál fue mi sorpresa al día siguiente cuando, al recuperar mi bici, comprobé que alguien había rajado las dos ruedas, porque se veía claramente el corte producido por algún objeto punzante.
Mi primera reacción fue de rabia y de desearle al aspirante a matarife la peor de las suertes. Después, tras el sarpullido inicial, me relajé e intenté tomarme el asunto con tranquilidad, sin alterarme y procurando, en la medida de lo posible, ser positivo.
A mi juicio, uno de los mayores retos que tenemos los seres humanos en nuestra vida es el de ser coherentes. Coherentes con nuestras creencias, con lo que pensamos y decimos, con lo que, siguiendo unos estándares éticos y de sentido común, consideramos cuál debe ser nuestra forma de proceder a todos los niveles: laboral, familiar, social, etc. Y esa coherencia obliga, en ocasiones, a no hacer lo que nos pide el cuerpo (o la mente), a no saltarnos nuestro código de conducta, y encajar de buen grado, o incluso a regañadientes, todo aquello que se nos presente que pueda sacarnos de nuestras casillas.
Porque a nivel social y de cara a la galería parece que todo el mundo defiende la libertad, la solidaridad, el respeto a los demás, la igualdad entre hombres y mujeres, el cuidado del medio ambiente, la paz, etc., pero en algunas ocasiones, cuando nos toca vivir de cerca una situación en la que creíamos que teníamos la certeza de nuestra forma de actuar, nos saltamos a la torera lo que pensamos o decimos y damos rienda suelta a nuestros más bajos instintos.
Y digo esto porque hace unos días tuve que aplicarme el parche y hacer lo que pienso y digo con ocasión del hecho referido, que me tentó a ir en dirección contraria. Quería compartirlo con mis amables lectores para tratar de sacar alguna enseñanza de lo acaecido.
Así, intenté poner en práctica lo que predico y, en vez de dejar vencerme por la ira, decidí actuar de forma distinta a lo que, efectivamente, me pedían el cuerpo y la mente juntos y publiqué el siguiente texto a la entrada del edificio:
“Gracias a quien rajó las cubiertas de mi bicicleta la semana pasada en el rellano interior del bloque. Tuve que dejarla de forma provisional durante un día y parece que a alguien le molestó muchísimo, hasta el punto de infringir un daño reparable a tan ecológico medio de ocio y transporte. No sé si sabía que, en realidad, ambas cubiertas necesitaban ser sustituidas, por lo que le agradezco que haya acelerado ese cambio.
Si lo que quería el hombre (o la mujer) de la navaja era demostrar su desacuerdo con el hecho de que dejara en ese lugar durante unas horas la bicicleta, le hubiera sido mucho más fácil localizarme (en persona o a través de un comunicado colgado en la puerta de entrada al bloque). Además de ser más educado, promovería el encuentro entre vecinos y la resolución pacífica de cualquier conflicto o disputa que pueda surgir. Se supone que vivimos en una comunidad y, en una buena comunidad, los vecinos se respetan, se ayudan y arreglan sus problemas de manera civilizada. Y, por supuesto, hubiera recibido mis más sinceras disculpas por haberle causado tal berrinche.
Cabe también la posibilidad de que el pinchazo mal intencionado de las dos ruedas fuera una especie de vendetta derivada de alguna rencilla, envidia, desencuentro o cualquier otro motivo de ese ser ¿despreciable? con respecto a mí, por lo que le invito a conocerme mejor.
En cualquier caso, le conmino a que reflexione sobre su actuación y piense dos cosas: la primera, si le gustaría que otros reaccionaran así con él, la segunda, que le agradezco de nuevo que me recordara que tenía que cambiar ya las dichosas ruedas.
Gracias vecino”.