La lluvia
Uno de los placeres gratis que he disfrutado desde que era pequeño era el de ver llover a través de las ventanas de mi casa.
A pesar de que la lluvia nos privaba de salir a la calle a jugar o estar con nuestros amigos, siempre me ha gustado el olor a tierra mojada y el sonido de las gotas golpeando decididas los cristales de las ventanas. Recuerdo cómo mi padre se esforzaba en sacar las macetas que estaban bajo cubierta en el patio interior de la casamata donde vivíamos para que les cayera ese alimento en forma de gotas de lluvia e, incluso, ponía algunos baldes y recipientes grandes para aprovechar luego de distintas formas ese bendito maná líquido.
Hoy en día, todavía disfruto mucho ver de llover. El aroma de la tierra, los tonos del paisaje, el manto verde de nuestros campos y montañas, la revitalización de la vegetación, la vida animal, la luz, la pureza del aire… todo cambia tras su paso, todo parece renovarse tras la lluvia, incluso los seres humanos nos sentimos renovados. Pero ese gozo se está convirtiendo en un lujo, en algo que rara vez podemos tener y que, seguro, muchos como yo echan de menos.
La lluvia simboliza la fecundidad y la purificación y es necesaria para renovar la vida en la tierra y se asocia, sin duda, al elemento agua, símbolo de fuerza, limpieza y curación por su poder. Pero también se dice que cuando las lluvias son intensas son una señal de mal augurio, una especie de protesta de la Tierra ante los desmanes del hombre con la Madre Naturaleza, por no referirnos al Diluvio Universal, que está presente en el origen de casi todas las culturas y civilizaciones como ejemplo de “castigo de los dioses” ante la conducta de los seres humanos.
Seguro que todos recordamos esa escena mágica de la película Singin’ in the rain (1952), dirigida por Stanley Donen y el actor, cantante y bailarín Gene Kelly y su pegadiza melodía: “Estoy cantando bajo la lluvia, simplemente cantando bajo la lluvia. Qué sensación tan gloriosa, soy feliz de nuevo, me estoy riendo de las nubes”. Una de las pocas veces donde, en el mundo artístico, se disfruta del efecto de la lluvia y se olvida su simbolismo de tristeza, soledad y melancolía que normalmente conlleva en la literatura, en la música, etc.
De hecho, no son pocas las canciones donde se resaltan esas connotaciones negativas de la lluvia: Riders on the storm (The Doors, 1971) sobre gente que no encaja en la sociedad y se descuelgan de ella “cabalgando como jinetes en la tormenta”; It’s raining again (Supertramp, 1982) en la que se intuyen los sentimientos de pérdida de un amor o una amistad: “Está lloviendo de nuevo y mi amor llega a su final, estoy mal porque he perdido a un amigo”; The sun is shining (Elmore James, 1960), donde el autor refiere el abandono por parte de su amada sin que ni siquiera se haya despedido “El sol está brillando, pero llueve en mi corazón”, se lamenta. En fin, serían innumerables ejemplos como estos.
Está claro que, si queremos ver el arco iris, tendremos que soportar un poco de lluvia, que se convierte así en pasaporte para la vida. Por ello, centrándonos en la multitud de beneficios que tiene el agua de lluvia, deberíamos reivindicar las bondades de este fenómeno meteorológico tan escaso por estos lares, siendo urgente, además, que tomemos conciencia todos, ciudadanos, empresas y, sobre todo, los responsables políticos, de la importancia de ese bien tan escaso que es el agua, pues parece que la sequía, la ausencia de lluvias y el desfase hídrico que padecemos se vayan a resolver solos, sin echarle cuentas ni tomar las medidas oportunas para paliar ese mal endémico de una tierra seca que sufre, además, los efectos indeseados del cambio climático debido a la mala praxis del hombre y su mal uso y abuso de los recursos naturales.
Pero no queramos duros a cuatro pesetas, como decía mi padre. Hay que invertir de manera continuada y efectiva en campañas de sensibilización y de ahorro de agua. Se deben establecer reglamentos que contemplen y garanticen el buen uso y aprovechamiento de la poca agua que nos cae del cielo y establecer las medidas necesarias para que nuestra única salida no sea pedirle a los dioses de la lluvia (que existen en multitud de civilizaciones) o a nuestra Virgen de los Remedios que hagan lo que nosotros somos incapaces de hacer.