Las apariencias
Hace tiempo, en un curso de formación, uno de los asistentes era un hombre bien vestido, alto, guapo y con apariencia de ser una persona educada y de buena posición.
Tras finalizar la conferencia, y ante el estupor general femenino que había producido dicho individuo, le pregunté a una compañera su opinión al respecto y me respondió: “¿Qué me ha parecido? No sé, todavía no he hablado con él”.
No esperaba esa respuesta, pues parecía evidente que esa especie de adonis, ese ejemplar masculino de gran belleza, le gustaría a cualquiera y que nadie, sobre todo entre las féminas, podía sustraerse de sus aparentes encantos. Pero la reacción de mi compañera me hizo reflexionar y tomé nota de la carga de profundidad que encerraba su respuesta.
Decía el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano que “vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase que desprecia el contenido”. Y, aunque creo que las primeras impresiones y las apariencias son importantes y que la cara es el reflejo del alma, no es menos cierto que nos damos demasiada prisa en catalogar a algo o alguien, en adjudicarle una determinada etiqueta sin apenas conocerlo, fijándonos en lo que contemplamos a primera vista o en los comentarios y rumores de los demás. Así, en general, las personas tendemos a dejarnos llevar por las apariencias de las cosas en lugar de recolectar toda la información necesaria para hacer una evaluación más completa.
Sin embargo, el dicho popular de que las apariencias engañan no parece cumplirse en política, o al menos eso dice un estudio de la Universidad de Lausana (Suiza), que revela que el aspecto físico y la imagen que proyectan los candidatos es determinante en unas elecciones.
De hecho, la imagen ha importado en política desde el comienzo de la civilización, desde los jefes de tribu, hasta los reyes absolutistas, políticos, dictadores, etc., han cuidado mucho de que su imagen reflejara su posición o estatus de poder, llegando a nuestros días, en los que, en la mayoría de sistemas democráticos, lo que buscan los representantes políticos es parecerse lo más posible a su electorado, dando una imagen de cercanía y cierta complicidad con sus posibles votantes, aunque sin perder el halo del poder. Esto, que pareciera algo sencillo, es el reto profesional de sofisticados estrategas y asesores de marketing político.
Sin ir más lejos, un ejemplo de todo esto lo podemos encontrar en el triunfo aplastante del candidato del Partido Popular, Juanma Moreno Bonilla, en las recientes elecciones andaluzas, basado, amén de otras consideraciones, en su imagen, con un perfil moderado que ha sido clave para conseguir apoyos de votantes de diferentes ámbitos ideológicos. Pero, ¿conocen muchos de los que le han votado sus propuestas concretas y los compromisos que ha adquirido en su programa electoral? ¿Sabemos, como diría José Luis Perales, cómo es él, a qué dedica el tiempo libre? Seguro que no, pero su imagen de moderación, lejos de la crispación y de los titulares altisonantes parece que ha sido crucial para conseguir tan buenos resultados.
Mi querida madre, que en gloria esté, votaba casi siempre a Felipe González porque era muy guapo y hablaba muy bien (aunque no entendiera del todo sus propuestas). Y su voto era inapelable. En esta sociedad paradójicamente desinformada a pesar de tener tanta información disponible, seguimos formando nuestra idea sobre alguien por su imagen externa, su origen, algo que haya hecho o dicho y que generalizamos en todos los aspectos de su conducta, etc. Pero, al igual que ocurre con los libros o con los discos, que no podemos juzgarlos mirando sus cubiertas o fijándonos en sus portadas, sino leyéndolos o escuchándolos con atención, pasa con todo lo demás.
En este mundo tan acelerado, que se basa en impresiones del momento, donde se entablan relaciones on line, donde aparecen cada vez más aplicaciones que dan unos segundos de gloria basadas en lo que deseamos parecer o representar, legiones de youtubers, influencers y demás tropa digital, que nos transmiten mensajes basados en apariencias y aspectos superficiales, etc., es complicado formarse una idea más o menos exacta de todo aquello que nos pueda interesar.
Si no queremos errar en la apreciación y valoración de personas, productos o acontecimientos, más vale que nos fijemos en el fondo y pongamos en cuarentena titulares tendenciosos, memes, “fake news” y todo lo que pueda distorsionar la visión real de las cosas. ¿No les parece?