Mi querida España

Artículo de Jesús Aranda

Parafraseando una famosa frase (“Houston, tenemos un problema”) dicha durante el accidentado viaje del Apolo 13 en 1970, cuando los tres astronautas de la NASA, dos días después del despegue, se vieron forzados a abandonar sus planes de hacer el tercer alunizaje tripulado debido a la explosión de los tanques de oxígeno, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que, en nuestra España querida también tenemos un problema.

El pasado 12 de octubre se celebró la Fiesta Nacional de España, con motivo del Día de la Hispanidad, una efeméride que no ha conseguido aglutinar a  los españoles ni a los latinoamericanos y que despierta recelos y posiciones encontradas en amplios sectores de la población a ambos lados del Atlántico. Para unos, es motivo de orgullo la celebración del descubrimiento y conquista de América (en algunos casos, con cierto carácter imperialista y paternalista); para otros, sobre todo en los sectores nacionalistas, independentistas y más a la izquierda del espectro político, no hay nada que celebrar y consideran que aquello fue un sometimiento completo de los pueblos precolombinos, un proceso de violencia y opresión, del que no podemos sentirnos orgullosos. Bueno, pues ni calvo ni con tres pelucas. 

Así, tenemos otro motivo de polémica y desencuentro a sumar al largo listado de asuntos que, en vez de unirnos y fortalecernos como nación, nos debilitan y dan una mala imagen de nuestro país en el mundo, con un ambiente de agresividad política que impide que reivindiquemos lo que nos une como sociedad. Por ello, suscribo las palabras del escritor y académico, Arturo Pérez Reverte, cuando dice que: “Somos uno de los pocos países que se avergüenzan de su gloria y se complacen en su miseria, que insultan sus gestas históricas, que maltratan y olvidan a sus grandes hombres y mujeres, que borran el testimonio de lo digno y sólo conservan, como arma arrojadiza contra el vecino, la memoria del agravio y ese cainismo suicida”.

Es muy probable que quien conozca nuestra historia llegue a la conclusión de que no tenemos arreglo y de que somos incapaces de respetarnos y querernos a nosotros mismos. Si no nos ponemos en manos de la educación y la cultura y dejamos de mirar atrás para hacer que nuestro pasado se haga presente con la voluntad de utilizarlo políticamente, seguiremos enfrascados en revanchas históricas que no conducen a nada y nos alejan de la convivencia democrática y el progreso.
Asumamos nuestros errores para aprender de ellos, con una voluntad común de entendimiento y sin la prepotencia de otras etapas. Ese es el reto con el que tienen que negociar las sociedades democráticas y sus instituciones sus tratos con el pasado, que siempre es conflictivo. Este país todavía no tiene claro qué quiere ser de mayor y en la discusión pública surge una y otra vez el debate sobre nuestra identidad y nuestra forma de organizarnos. Y para terminar de arreglarlo, echamos mano de clichés y estereotipos que nos limitan y nos anclan en un inmovilismo cerril que  nos impide avanzar y llegar a posiciones de consenso y acuerdo.

Así, mientras unos se jactan de ser monárquicos, centralistas, creyentes y semanasanteros, antifeministas, antieuropeistas, padecer de LGTBI-fobia, estar en contra de la inmigración y hacer ostentación patriotera de nuestros símbolos nacionales; otros, todo lo contrario: son republicanos, federalistas, ateos, feministas, internacionalistas, defensores de los derechos del colectivo LGTBI y de los inmigrantes y rechazan el uso de la simbología nacional. Y en el medio, muchos que no saben o no contestan. Agua y aceite, vamos.

Los españoles tenemos derecho a decidir qué país queremos y, para eso, no tenemos más remedio que ponernos mínimamente de acuerdo, alejándonos de posturas maximalistas y escuchando más a la ciudadanía. Después que cada uno sea hijo de su madre y de su padre, porque un país que tiene problemas con su identidad, con su historia y con sus símbolos, no será nunca un país moderno y avanzado y seguiremos instalados en esa especie de conflicto fratricida que no conduce a nada y puede llegar a volar por los aires la convivencia democrática que tanto nos ha costado.

No quiero ser agorero pero, si no ponemos cada uno más de nuestra parte, con buenas dosis de tolerancia y moderación, haciendo un revisionismo crítico y riguroso de nuestro pasado para mirar con proyección al futuro, no saldremos de este bucle perverso que nos tiene cortadas las alas y amarrados con grilletes los deseos legítimos y merecidos de prosperar como país. Como decía la cantante Cecilia en una de sus canciones: 

“Mi querida España, esta España viva, esta España muerta.
De tu santa siesta ahora te despiertan versos de poetas.
¿Dónde están tus ojos? ¿Dónde están tus manos? ¿Dónde tu cabeza?
Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra”.