Un nuevo curso

Acaba el verano y los estudiantes se aprestan para la vuelta a clase. 

Durante el periodo estival la mayoría sufre una especie de amnesia canicular y no se acuerdan para nada de lo aprendido durante el curso escolar. Tal vez sea porque las enseñanzas recibidas parece que han estado alejadas de esa formación integral que muchos  predican y muy pocos practican. La formación tradicional, en muchos casos, está al margen de la vida real porque lo que se aprende y cómo se aprende tiene poco que ver con sus necesidades de desarrollarse plenamente como seres humanos. Por eso, la vuelta al cole se convierte para muchos en algo carente de ilusión, en una obligación, una rutina que tratarán de pasar como mejor puedan.
Yo, de niño, era de los que les gustaba volver a clase. Aunque me lo pasaba bien en las vacaciones y jugaba en la calle con mis amigos a multitud de juegos imaginativos y socializadores, cuando el verano llegaba a su fin sentía cierta añoranza por volver al cole. Y era así porque, al margen de algunos maestros autoritarios de la vieja escuela (aquella que sostenía lo de “la letra con sangre entra”), siempre fui un niño muy curioso, ávido de aprender cosas nuevas y disfrutar de la entrega de otros muchos maestros que, a pesar de los tiempos grises que vivíamos, me inculcaron una serie de valores y enseñanzas que nunca olvidaré y que sembraron en mí el deseo de ser también maestro, pues se convirtieron en mis primeros referentes y modelos a seguir. Luego, en el instituto, a pesar de continuar hasta COU con una educación segregada, tuve la suerte de contar con profesorado muy cualificado y amable que abrió en mí ventanas de conocimiento y patrones éticos de comportamiento. 

Además de los contenidos librescos, que en mu­chos casos dominan la actividad docente, la importancia de una educación en principios y valores democráticos, que amplíe la visión de los estudiantes sobre el mundo que les ro­dea, les dote de técnicas de estudio y de adqui­si­ción de conocimientos, les permita conocer di­ferentes perspectivas, enseñarles responsabilidad social y aportar cimientos para la cons­trucción de su proyecto de vida, es innegable.

Desde que llegó la democracia a nuestro país llevamos ya ocho leyes educativas, una so­pa de siglas -desde la LOECE a la LOMLOE- que han defendido la visión de unos u otros go­biernos (incluso antes de  que la anterior se hu­biera implementado del todo), pero que no han conseguido que nos pongamos de acuerdo para un asunto tan fundamental para nuestro país. Por eso, ante las disputas y los vaivenes políticos para apropiarse de la educación de todos, el papel de los docentes, que están al cargo en última instancia de nuestra educación, es fundamental. Como colega ya jubilado me permito sugerirles que la educación que se reciba en colegios e institutos, sea, en la medida de lo posible, la que ponga el foco en los alumnos, en su felicidad, no en mantener un sistema que, a todas luces, no para de fracasar por los distintos intentos de instrumentalización por  parte del poder político. Por­que, como dice el profesor Miguel Ángel Quin­tana: “La educación fracasa, pero: ¿y si no fuera un error, sino una característica de nuestro sistema?”. 

Llevamos muchos años diciendo que la solución a los problemas que la sociedad actual padece pasa por mejorar el sistema educativo, también la selección y formación integral del profesorado, que debe tener la cualificación académica y psicopedagógica necesaria y el compromiso suficiente para intentar cambiar las cosas desde dentro. El sistema lleva años pensando en sí mismo y no en aquellos a los que está destinado, que no sienten la utilidad de la educación que reciben que, además del desarrollo cognitivo e intelectual, debe trabajar también la gestión emocional y vital del alumnado.

Entonces, ¿por dónde hay que empujar este país para llevarlo adelante? Los que estamos convencidos del poder transformador personal y social de la educación lo tenemos claro. Por eso, la educación lo que tiene que hacer es mejores personas, no meros productores y consumidores, ni tampoco seres gregarios pues, como decía el tristemente desaparecido Javier Marías: “Cada vez se piensa menos y se funciona con ideas recibidas y lugares comunes, y si no se cuestionan las ideas recibidas, el panorama es terrible”. Enseñar a dudar, que diría Eduardo Galeano. Pues eso. Buen inicio de curso.