Carta mágica

Columna de José Marcelo

Queridos Reyes Magos:

Que vuestra magia sirva para recuperar, de nuevo, los abrazos. Quiero que la mesa que compartamos sea entrañable y ver sonreír a mi papá y a mi mamá. El mejor regalo que me puedes dar es tiempo para estar con mis padres y amigos. Que mis padres tengan un trabajo digno. Que ellos sepan educarme en los valores y me preparen para la vida. Quiero que mis abuelos estén presentes en mi vida, para aprender de su sabiduría. Quiero un planeta sano y solidario. Os lo pido porque creo en vuestra magia.

Quiero escribir una carta. Una carta mágica cuyas letras formen palabras blancas con alas que levanten el vuelo. Palabras blancas que derriben todas las fronteras y borren todas las tristezas. Esas tristezas que no tienen colores. Que sean palabras mágicas que ofrezcan en una sonrisa y en una mirada el abrazo de todos los corazones unidos de esta tierra. También quiero pediros  otro regalo: Que se trabaje por la paz y la justicia social en toda la tierra. 

Estos deseos los escribe el corazón de un niño. Un niño que, en su inocencia, cree en la posibilidad de la magia y en el ser humano. Son palabras de un niño que habla como un poeta. Porque todos los niños son poetas. Como poetas, son sensibles y les duelen aquellas cosas que ocurren y les son difíciles de comprender. Todos llevamos, de alguna manera, siempre a ese niño dentro, incluso los abuelos que retornan con sus nietos, de nuevo, a la niñez. Este retorno es la razón de la sabiduría de los ancianos.

Como niño, no comprende que exista un virus que le impide abrazar a su abuelo. Le duelen los niños hambrientos que llegan en pateras. Y pide que le expliquen qué es eso del cambio climático, ¿por qué hay huracanes que destruyen poblaciones enteras?

Y como niño cree en la magia de los Reyes Magos, magia que le invita a derribar la frontera del miedo, de la ignorancia, de la injusticia social... Esto le hace pensar que sea posible la solidaridad, la paz, que haya futuro, que perviva la humanidad... Cree en el espíritu de la Navidad que anida en los buenos corazones. Corazones cuyas vidas se encaminan en la búsqueda de un mundo mejor. 

Pero lo triste es cuando se abandona al niño, crece el hombre egocéntrico que tiene miedo al tiempo y a la vida. Es un hombre posesivo, que vive en un delirio de frustraciones. Entonces los valores se pisotean, la consecuencia es una vida irracional, donde impera el egoísmo. Surgen sistemas de no convivencia donde el hombre se destruye a sí mismo. Esta realidad es penosa y hay que enfrentarse a ella.

Es en tiempos de crisis cuando es necesario hablar de las palabras que importan, como solidaridad, verdad, conciencia, identidad, tiempo, confianza y esperanza... Porque son las palabras que el niño quiere tener presente y educarse en sus valores. Elijamos la palabra ‘solidaridad’ y pongámosla en la voz del niño.  Entonces él pide que el año nuevo nos traiga la vacuna que cure y venza al covid-19, pero que sea una vacuna solidaria y llegue a todos los seres humanos sin distinción de raza, sexo, religión o cualquier condición...Que sea tanto para el rico como para el pobre. Que no se comercie con ella.