El estigma de la rosa
Columna de José Marcelo
“Vosotras, a quien mi alma persiguió en tal infierno, / ¡hermanas mías!, os amo y os tengo compasión, / por vuestras penas sordas, vuestras insaciable sed / y las urnas de amor que vuestro pecho encierra”.
Estos versos del poeta francés Charles Baudelaire, pertenecientes al poema Mujeres condenadas de su poemario Las flores del mal, en los cuales el autor se sensibiliza con la vida de las prostitutas.
La publicación del sindicato Organización de Trabajadoras Sexuales, OTRAS, en el BOE, que ha supuesto la dimisión de la directora general de Trabajo, Concepción Pascual, ha sido motivo para que surja un debate social sobre el reconocimiento laboral de la prostitución.
¿Qué diría Baudelaire, si viviese en el presente siglo? Que nada ha cambiado. Continuaría escribiendo sobre Las flores del mal; horrorizándose de cómo todo se prostituye: el tiempo se compra y se vende, y la conciencia también. El oficio más antiguo de la humanidad sigue esclavizado y produciendo más riqueza que nunca. Pervive el estigma de la rosa, que marca a la mujer dedicada al trabajo sexual y anula su dignidad humana, sustentado por la hipocresía y la falsa moral.
La liberación de la mujer se convierte en una utopía que también se vende; así, se enfrentan, actualmente, dos claras tendencias feministas: las abolicionistas y las que quieren regular la prostitución. Las primeras pretenden la igualdad de todas las mujeres, y se excusan en el estigma social para abolir la prostitución, pero no hacen actuaciones contundentes ni propuestas para lograrlo; criminalizan al hombre como cliente y a la sociedad patriarcal, y en su manifiesto no contemplan otras modalidades de prostitución como la masculina, el sector de actores y actrices porno, telefonistas de líneas eróticas y masajistas tántricas… Las segundas quieren ser mujeres libres y con dignidad, que se les reconozca como trabajadoras sexuales con los mismos derechos que cualquier otro trabajo, teniendo atención sanitaria y cotizando a la Seguridad Social, librarse del yugo de los proxenetas. Tachan a las abolicionistas de actuar con una falsa moral.
La prostitución en España es una actividad no regulada, siendo sólo delito el ejercicio coactivo de la explotación sexual y la trata de personas. El proxenetismo y la ‘trata de blancas’ son una lacra social, que genera tantos ingresos como las drogas. Es una lacra que es necesaria combatirla desde su raíz, y para conseguirlo no es suficiente sólo con legislar, sino que hay que invertir económicamente para poner todos los medios que la controle.
¿Sería conveniente plantearse una nueva visión sobre la prostitución, poniendo medidas legales para regularla; intensificando leyes coactivas contra la trata de personas? ¿Y si el reconocimiento laboral de la prostitución como trabajo legal y bajo la protección de los sindicatos, supusiera un avance social? Son preguntas que, éticamente, estamos obligados a dar respuesta y solución, si en el presente siglo XXI, en el cual nos sentimos orgullosos de los avances científicos y tecnológicos logrados, ¿por qué no avanzar también en ser mejores personas, en una sociedad más justa?
Y para darle respuesta y solución a estas preguntas, no es cuestión de género, ni de confrontar tendencias feministas, es un problema social que implica a la mujer y al hombre.