La fragilidad de la naturaleza
Columna de José Marcelo
“Busco el viejo granado de la ribera del río con la granada que se rajaba/ y al membrillo maduro que se caía de maduro. / Aquel ‘pozancón de la China’ en donde me bañaba de niño con otros niños. / Aquel río torrencial de los inviernos lluviosos que sabía aceituna del viejo molino. No lo he encontrado”.
Con estos versos se lamenta el poeta de lo frágil que es la naturaleza. Que el ser humano, con la incidencia de su actividad económica sobre el hábitat que ocupa, transforma el paisaje natural; haciendo irreversibles los cambios y los efectos negativos que producen en la naturaleza. Es hora de preguntarse de la finalidad última del ser humano, de su trascender en la historia. Cuando hablo de historia, me refiero a la propia historia humana, y la pregunta es: ¿queremos mantener nuestra presencia humana y buscar la integración con la naturaleza, cuidando los océanos y los mares, las montañas, los árboles y los ríos… o, de lo contrario, destruir la naturaleza, y, como consecuencia, provocar nuestro suicidio como especie? Es hora de responder a dicha pregunta, y plantearnos en qué nos estamos equivocando.
En el libro Turismo, mercantilización y desnaturalización del litoral de la Axarquía, editado recientemente por el Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía (GENA), me entristece leer que el cambio climático está afectando tanto a nuestro planeta, que en año 2050 la elevación del nivel del mar debido al deshielo de los polos, según los pronósticos, las playas de nuestro litoral axárquico desaparecerían por la erosión marina.
Como seres inadaptados que somos, tendemos a transformar la naturaleza a nuestra comodidad, para facilitarnos una vida fácil. Construimos grandes ciudades inhabitables, ocupadas por grandes edificios, fábricas y automóviles de uso particular. El paisaje urbano está cubierto de una nube gris que no deja ver el cielo. Les damos la espalda a la naturaleza, despoblando los pueblos y abandonando la vida rural. ¿A esto le llamamos progreso?
En la búsqueda del conocimiento hemos avanzado tanto que hemos creado ‘la inteligencia artificial’, con objeto de que haga nuestro trabajo, pero con el miedo de que nos suplante. Hemos logrado, también, la comunicación en todo el planeta. En la actualidad, estamos más cerca que nunca de la concepción del universo, razón por la que somos conscientes de su fortaleza y de su continuidad. Pero, ¿para qué nos sirve, si, egocéntricamente, nos encerramos en nosotros mismos?
Y la naturaleza de nuestro planeta Tierra responde como una gran diosa, defendiéndose, sabedora de que ella continuará, porque forma parte del universo. Pero, nosotros que estamos hecho de esa misma pasta, materia del universo también, ¿qué hacemos por nuestra continuidad? Sé que miramos a las estrellas, tenemos el consuelo y la esperanza puesta en alcanzarlas, seguir habitando. Pero, ¿no será nuestra ambición de transformarlo todo, la causa de nuestra posible destrucción?
El poeta Walt Whitman también habla de la naturaleza y, cuando lo hace, sabe de su fragilidad, así lo dice con estas bellísimas palabras: “Canto el dolor del río represado. / Aquello que hay en mí y cuya ausencia me haría no ser yo…”.