La vuelta al trabajo

Columna de José Marcelo

Septiembre parece ser ese ladrón que se ha escondido en la penumbra del atardecer del verano, queriendo robar cada día un poco de luz. Aparece y nos cubre con su mirada. Una mirada que para unos ha supuesto dejar de trabajar esos días estivales, y para otros la vuelta al trabajo. 

Septiembre es siempre im­pre­decible, o nos trae lluvia y tor­mentas, o bien es seco y se alarga el veranillo de San Mi­guel. La vuelta al trabajo es un cambio brusco que nos atrapa anímicamente, porque nos exige adaptarnos, después de un descanso veraniego, dejando atrás los reencuentros familiares y las nuevas amistades.

Lo bueno que tenemos los se­res humanos es nuestra ca­pacidad de adaptación y de re­lación. Ambas aptitudes siempre están a prueba, porque re­quieren un aprendizaje continuo. La adaptación es ir ac­tuan­do ante las circunstancias que se nos presentan, para co­nocernos mejor, cada día, y aceptarnos cómo somos. La re­lación humana nos exige convivir, ser partícipes de la vida. 

La profesora estadounidense Ma­ry Wiemann dice que “las re­laciones interpersonales, ya sean en el ámbito familiar, so­cial o laboral, implican gestionar emociones, enfrentarse a sucesos desagradables y emocionantes. (…) Supone negociar las formas de vida en su conjunto para acomodar las propias necesidades y las necesidades de la otra persona”. Los factores que hay que tener en cuenta para mantener una buena convivencia son la comunicación, el respeto, la comprensión, la cooperación, y la aceptación. Esto llevado a la vida laboral, en un clima de confianza, supone reforzar la integración social del trabajador, que repercutirá en su nivel de competencia y eficiencia. 

La integración social conlleva el reconocimiento de ser per­sona, la satisfacción de participar en el ámbito social de la vida: en las asociaciones, en el trabajo; aportando lo mejor de nosotros, y sintiéndonos valorados.

Pero siempre estaremos en la tesitura de elegir: “Si se vive pa­ra trabajar o se trabaja para vi­vir”. Estas palabras nos po­nen en una disyuntiva, es una pa­radoja que consigue que re­flexionemos, pero la respuesta o elección debe ser evidente: lo que importa es la vida. 

Cuando se realiza el trabajo como un acto vocacional, no pesa; por el contrario, nos dignifica y nos hace crecer, aportando lo bueno que llevamos dentro, porque se hace con alegría, con amor, y es productivo, deja huellas en los demás. Esta manera de entender el trabajo va en la línea del pensamiento del actor británico Jim Fox: “Mi padre siempre me decía: en­cuentra un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar un solo día de tu vida”.

Si tu situación no es la de Fox, te queda la alternativa de aceptar el trabajo como un derecho y un deber, que así se define. Debes exigir que te traten con dignidad, así como actuar con dignidad. Porque si no, serás esclavo del trabajo y de ti mismo.