La luz que me ciega el alma
A Evaristo Guerra, poeta de la luz.
“Cuando el jazmín dibuja su luz en el firmamento / y todo el sueño es perfume. / Cuando el agua trae la voz sonora / y conduce su claridad por un curso lento. / Siento la calma chicha de la aurora /y toda su mirada es luz. /Esa luz que viene de la memoria del sueño”.
Estos versos del poeta nos hablan de cómo la aurora dibuja su luz en el firmamento, amanece un nuevo día. La luz inunda el paisaje lentamente, pero con una intensidad inmensa. De esta luminosidad ya nos hablaban los griegos cuando describían la Axarquía, a la que denominaron ‘los campos elíseos’, que es como decir ‘tierra del paraíso’.
He visitado la exposición Colores veleños del pintor Evaristo Guerra en Málaga, y al contemplar el paisaje de sus obras he sentido: cómo me cegaba el alma esa luz intensa de colores veleños y axárquicos. Porque Evaristo, como poeta de la luz, consigue transmutarse en paisaje, dejando reflejada “esa luz que viene de la memoria del sueño”; cargándola de sentimientos. Contemplo como ha surgido una transfiguración: “La mirada no es mirada. / Es: / La luz creadora. /Lo humano no es humano. /Es: / Un árbol. / Fémina no es fémina. /Es: / Una flor. / Los pinceles no son pinceles. /Son: / Vómitos de rayos de luz. / La mirada no es mirada. / Es: / La luz que ciega el alma”.
Al preguntarle por esa luz que ciega el alma. Evaristo me ha confesado que desde niño ya soñaba con colores. Que él se transfigura en un tronco de un árbol; así camina entre los árboles del bosque. Él va admirando la luz que penetra entre las ramas; sintiendo cómo esos colores entran dentro de él. Para, en su soledad, vomitarlos en el lienzo. Le pregunto también por el hombre, por lo humano. Él me contesta con una mirada interrogativa: “pero, ¡hombre!, no lo ves, están dentro de esas casas de cal viva “. Y seguimos conversando mientras fijo la mirada en la obra Sueño de María Zambrano, me habla de la pensadora y de cómo le narraba esos recuerdos de su infancia veleña, los cuales se llevó con ella; convirtiéndose en un sueño perecedero. Le digo: “¡Qué belleza! Evaristo, hay que tener alma de poeta como la tuya, para recrear un sueño”. Que mi amiga, también poeta, Margarita García-Galán, al ver la obra la describe: “Un hermoso limonero con sus ramas abiertas henchidas de frutos, abrazando un paisaje veleño que parece dormido en la quietud de distintas tonalidades violeta. Cuatro gatos juguetean entre las raíces profundas del árbol”. Hablamos del amor de María por los gatos. Y de cuando salió de Roma con sus gatos... ¡Qué misterio nos guarda esta vida! Los gatos los vemos acompañándoles en su tumba veleña.
Ese niño que le pidió a la Virgen que fuese pintor, para que su pueblo se sintiese orgulloso de él, ha logrado su sueño de pintar a su pueblo y a su Virgen, en su ermita de ‘Los Remedios’. Pero, Evaristo, aún te quedan muchos sueños que pintar. ¡Mira la luz de la luna cómo sonríe en la arboleda y en la mar!