Entre el pasado y el futuro

Columna de José Marcelo

Recuerdo mi infancia, la escuela que asistía de niño “Cuando cada maestro tenía su escuela, y una cartilla para todos los niños. / Cuando en la escuela de Pampanito sólo había niños. / Que las niñas iban a la escuela de doña Pepita. / (...) Pupitres llenos de cabecitas de niños, que no alcanzaban a sus pupitres vacíos de libros. / (...) En la cartera de tela llevaba un jarrito de lata, un lápiz sin punta y una libreta, /por si había alguna cuenta. / Toda la tarea era batir la leche en polvo, que en el jarrito de lata se tomaba  a media mañana. (...) Aprendía en esa cartilla de todos los niños,  en la que había un tomate rojo que don José me enseñaba cuando le parecía”. 
Me ha venido a la memoria la escuela de mi infancia, ese pasado de escasez, de autoritarismo despótico y dictatorial, de adoctrinamiento en lo político y en lo religioso. Recuerdo que íbamos a la iglesia cogidos de la mano y cantando: “Vamos niños al sagrario / que Jesús llorando está / y cuando vea tantos niños / lo contento que se pondrá...”. Después vino la juventud y, con ella, la esperanza de cambiar las circunstancias. Esa esperanza se fraguaba en el bachiller y en la universidad, a la que accedían, por primera vez, jóvenes de familias humildes y trabajadoras que finalizaban sus estudios valorando el esfuerzo. Era una juventud que se manifestaba con rebeldía, pero pacíficamente, para alcanzar mejoras sociales y valores democráticos.

Hoy, en este presente, que disfrutamos de una convivencia democrática, da pena ver a jóvenes que se manifiestan con violencia, para pedir libertad de expresión. Porque es muy triste olvidar o no conocer el pasado, así como no diferenciar los conceptos de libertad y autoridad.

La autoridad responsable y la libertad no son antagónicas, sino complementarias. Porque a más libertad, mayor es la responsabilidad y, por tanto, la presencia de autoridad en instituciones como educación, justicia y también en el ámbito de la convivencia democrática, nos exigen responsabilidad, entendiendo la libertad como un compromiso de asumir la responsabilidad con el mundo en que vivimos; para ello hemos de aceptar y actuar con autoridad responsable. Vivir en democracia es un ejercicio de responsabilidad.
La libertad de expresión o de pensamiento nos exige, igualmente, ser responsables de nuestros actos y de lo que decimos. Para opinar y actuar libremente se debe ejercer en pro de la verdad y de la justicia, y no tiene cabida el insulto ni la falta de respeto a nuestros semejantes, ni la violencia y, mucho menos, la mentira, porque son estas malas acciones las que ponen en peligro la convivencia democrática. 

La pensadora Hannah Arendt tuvo que emigrar a EEUU cuando los nazis gobernaban Alemania; en su ensayo Verdad y política, ex­­­presa: “Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas. (...) ¿Por qué un mentiroso no iba a sostener sus mentiras con gran valor, sobre todo en política, donde puede estar motivado por el patriotismo o por otra clase de legítima parcialidad del grupo?”. Estas palabras demuestran la fragilidad de la democracia, la cual depende de una política de consenso y siempre está amenazada por la mentira. ¡Qué necesario es para la democracia formar personas capaces de pensar y actuar en libertad, pero con pensamiento crítico!