La poesía, una utopía en el siglo XXI

Dedicado, en esta primavera, a todos los poetas: especialmente a Gloría Fuertes y Miguel Hernández por sus aniversarios; a los poetas , que mantienen con su compromiso, viva la poesía. 

La poesía, como hija de su tiempo, siempre ha ido unida a la realidad histórica que ha vi­vi­do, adaptando su forma expresiva a las circunstancias sociales. El poeta ha comunicado la sensibilidad recogida del pueblo, y en­tre­gada al pueblo con el que se identifica. To­da actividad creativa que dé la espalda a la rea­lidad, cae en el va­cío. Esta concepción es la defendida por María Zambra­no, porque ella une fi­­losofía y poesía en su método “la razón poé­­tica”, en la que an­­tepone la intuición a la razón. Ella nos ha­­bla del poeta-filósofo, que lo define co­­mo “el poeta que en su pensamiento ha conservado ese vín­culo sagrado con la rea­lidad”. Que por su com­promiso han sido denominados con el ape­lativo de ‘Poetas del Pueblo’, como An­to­nio Machado, Federico García Lorca, Miguel Her­­nández…, cuyos versos han sido cantados.

En la complejidad de definir la poesía, ésta se ha visto malparada por los críticos literarios que la han encasillado en función de la ‘forma’ como se presentaba: género literario de expresión rítmica musical con estructuras de estrofas definidas. Es en el siglo XX cuando se plantea otra visión nueva, que se preocupa más por el “fondo” con la finalidad de liberarla de su encasillamiento; nace la mal denominada “poesía libre”. En estos primeros años del siglo XXI, reflejo de un auge tecnológico, de la comunicación global tecnócrata, en donde el contacto con la naturaleza viva se está perdiendo; el individuo queda hundido en ‘la masa’, deshumanizado y perdido. Los planteamientos sobre la función de la poesía son nuevos, y actualmente no son válidos los conceptos adquiridos históricamente, de lo que hasta ahora entendíamos por poesía. Habrá que redefinir su función y su concepción, siendo necesario realizar una interiorización a las entrañas de la sociedad. Rescatar al poeta-filósofo, ahora adormecido, despertarlo para que vuelva a asombrarse y expresar el sentimiento de la realidad existente. Hay que reconocer la sacralización de la poesía, pero, ante todo, su cualidad humana. Para ello, es preciso mantener los pies clavados en el barro de la tierra, y con las manos agarrar la boca de ‘Dios’, de lo divino, para descubrir lo oculto que hay en nosotros; recuperar la humanización. 

Como argumenta nuestra pensadora Ma­ría Zambrano, “la poesía habitará como verdadera in­ter­mediaria entre el mun­do oscuro infernal y en el de la luz, don­de las formas apa­recen”. Cuando nos refiramos a la poesía, sepamos que estamos hablando de nuestras entrañas, que son los ín­fe­ros del ser, donde ahondamos para en­contrar las respuestas a tantas preguntas. Acercándonos a esta concepción de la poesía como entrañas, la veamos muy necesaria en la sociedad. Nuestro reconocimiento hacia la poesía, sea el mismo compromiso que mantenemos con la vida. Toda manifestación creativa y artística que redunde en conocernos, en mejorar la convivencia social, es un acto poético. De algún modo, todos estamos llamados a sentirnos poetas, por el hecho mismo de vivir. Porque “ser poeta”, como confirma María Zambrano, no es el que acierta a versificar; “poeta es alguien que padece en su vida de hombre mortal, sujeto a todas las relatividades de la vida humana, el peso de lo más comprometedor, la responsabilidad más exigente, lo que proviene de decir lo aún no dicho, de expresar lo que gemía en el silencio, en las fronteras mismas de lo inefable…”.

Quiero finalizar con estas palabras: acerquémonos a la poesía, que la veamos como un hecho necesario que nos hace ser más humano. Atrevámonos a buscarla, a comprenderla y a vivirla.