Un futuro incierto
“De manera natural, arden cada año millones de hectáreas a lo largo y ancho del globo, pero cada vez nos encontramos con más incendios masivos a nivel mundial. (...) El incremento de las temperaturas globales está cambiando las zonas climáticas, modificando la humedad del suelo y el acceso a la nieve derretida. (...) Los gases de efecto invernadero producidos por el hombre han elevado la temperatura de la Tierra en un grado celsius. (...) La superficie del mar también se ha calentado 0,8 grados centígrados. Las consecuencias de esto podrían ser devastadoras, si el mar continúa calentándose, tendrá un enorme impacto en el clima, desde temperaturas extremas, tormentas y sequías hasta inundaciones y temporadas de lluvias tardías que perturban los ecosistemas”.
Cuando oímos estas afirmaciones sobre el cambio climático y vemos arder los bosques en los veranos, tras largos periodos de olas de calor, nuestra actitud ante la noticia puede pasar en un instante de una sensibilidad extrema de preocupación a acostumbrarnos a oírlas y ser sólo imágenes que pasan desapercibidas. Podemos pensar que es otro verano que hay incendios forestales, aceptando que es un hecho que entra en la ‘normalidad’.
Habría que preguntarse: ¿por qué tenemos esa actitud? Porque lo triste es que se hayan convertido los desastres del cambio climático en ‘una normalidad’ en nuestra vida. Ello nos conduce a pensar en el modelo de sociedad y de vida en la que estamos inmersos. Que como el sociólogo polaco Zygmunt Bauman dice: “Que vivimos en una sociedad de valores volátiles, egoísta y hedonista, despreocupada por el futuro. (...) Que la única preocupación por los recursos medioambientales se debe a la conexión que hacemos del mal uso de los recursos naturales del planeta, y la amenaza que podría suponer para la vida de bienestar, que se actúa de manera egoísta y en contra de los recursos naturales ”.
Nos importa tanto mantener el estado de bienestar que lo hacemos olvidando el pasado y lo que nos puede enseñar. Dejamos de prever el futuro, quedando atrapados en un presente basado en una ‘vida líquida’, tal como la denomina Z. Bauman, nos dice que “es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante, donde se dan una sucesión de nuevos comienzos, pero, precisamente por ello, son breves e indoloros finales”. En este estado de vida acelerada y de incertidumbre, argumenta Bauman, el individuo sacrifica su individualidad a cambio de formar parte de ese narcicismo colectivo, pero lo que consigue es vivir frustrado.
Estos argumentos dan repuesta a nuestra pregunta, a la falta de sensibilidad ante el cambio climático y las imágenes de los bosques ardiendo. El problema del cambio climático es planetario y requiere soluciones planetarias. Nos exige un giro de 180 grados en la manera como vivimos. Quiere soluciones de emergencia en este presente, para evitar un futuro incierto. Para tomar verdadera conciencia de ello, es necesario aplicar una educación y una pedagogía crítica, la cual remueva las conciencias humanas y se rebelen.
Y como dice el poeta: “Quiero ser como la fruta madura que cae del árbol y germina. Quiero ser como la tierra y beber de esa agua fecunda que brota”. Sintámonos, como el poeta, parte de la Tierra que habitamos y nos ofrece la vida. Apostemos por ella.