Academias de ayer
Columna de Margarita García-Galán
Tengo delante un libro que acaba de ver la luz. En una animada sala del veleño Palacio de Beniel, La Academia de don Manuel Valle era el centro de todas las miradas. Su portada, en blanco y negro, nos muestra a un grupo de jovencísimos estudiantes posando para la posteridad. La foto es una reliquia. Sonrientes unos, con caras de circunstancias otros. Todos haciendo piña alrededor de un tiempo, unidos para siempre por una historia común: la historia de una academia de ayer donde estudiaron bachillerato y que, de alguna manera, marcó sus vidas para siempre. El autor del libro, Juan Antonio Sánchez Toré, ha querido contarla para salvar del olvido el sentir compartido de una época estudiantil que guarda intacta en la memoria. La Sala del Exilio se convirtió de repente en un aula magna con sabor añejo, llena de vida y de ausencia. Tanto tiempo después, alumnos y profesores volvían a encontrase alrededor de un libro que evoca los años pasados en la academia.
Leo el libro con interés, es un documento entrañable que recoge vivencias y testimonios de casi tres décadas de vida estudiantil. Conozco mucho de lo que cuenta, aunque no conocí personalmente al director y profesor “de figura achaparrada / circunspecto de semblante / nariz de escaso resalte / oronda y laxa papada”, que dice el soneto que un antiguo alumno escribió sobre él. Un profesor con mucho carácter, que comía frutos secos y rezaba el rosario mientras vigilaba la clase. Que estuvo a punto de ser cura, que fue militar, juez y político, y que dejó su impronta de docente entusiasta y autoritario en varias generaciones de alumnos; casi todos sintieron alguna vez en su espalda la ‘caricia’ de una vara de acebuche que utilizaba como corrector. Sánchez Toré lo cuenta muy bien en su libro, acercándose a su figura con rigor y objetividad, sin ahorrar detalles. Su propia experiencia como alumno avala lo escrito. Las clases, los compañeros, las excursiones a Río Seco, los exámenes en Antequera, los castigos con “jarabe de acebuchina” y las tediosas copias de aquellos gráficos de latín “temidos como una espada”. Y la complicidad entre compañeros, que, entre alegrías y sobresaltos, se convirtió en una amistad para siempre.
Perteneciente a la colección Libros de la Axarquía, editado por Francisco Montoro y prologado por Manuel Berenguer, La Academia de don Manuel Valle es un valioso testimonio de un tiempo difícil donde estudiar era para muchos una meta inalcanzable. El libro nos devuelve a un tiempo en blanco y negro que vivimos intensamente, y que el entusiasmo adolescente pintó de rosa.
No estuve en esa academia, pero guardo un grato recuerdo de aquella otra, en la misma calle y en la misma casa, donde estudié unos meses. Recuerdo a mis amigas de entonces y las amenas clases de literatura de un profesor amable que puntuaba mis redacciones con algún comentario añadido que me hacía pensar. Y recuerdo, especialmente, el vértigo de la emoción contenida cuando acababan las clases, porque en la calle de los escalones, que también fue mi calle, con su cigarrillo y su semblante serio me esperaba aquel novio entusiasta, musa de todos mis versos.
Con sus luces y sus sombras, aquellas academias de ayer marcaron la vida futura de muchos veleños. El libro está lleno de momentos que muchos recordarán al leerlo, y se verán reflejados en ellos como en esas adorables fotografías que lo ilustran, llenas de párvulas miradas y tímidas sonrisas. Vidas trémulas creciendo, forjándose un futuro, tan ilusionante como incierto, que llegó mucho antes de lo que imaginaban. Evocarlo ahora emociona, y hace inevitable sentir ese punto de nostalgia que, de cuando en cuando, nos pellizca el alma. Sánchez Toré ha despertado de su letargo un crisol de recuerdos que forman parte de la historia de un pueblo. El estudiante que fue los ha devuelto a la vida y los ha guardado con mimo al calor de esos rostros en sepia que nos contemplan desde el ayer.
Dónde mejor que en la paz de un libro para que vivan eternamente.