Calles en verso
Por la ventana de mi habitación se colaba la luz tenue de un sol que se iba muriendo lentamente tras los cristales. Me distraía el color cambiante del cielo, el adiós alargado de la tarde, que oscurecía, poco a poco, mi tiempo de lectura.
En mi mesita de noche, una muñeca vestida de azul, un reloj que marcaba mis horas, unas onzas de chocolate y unos cuantos libros, amontonados en escalera, llenos de historias dormidas. Y allí estaba él, el que adornaba mis sueños con su romanticismo en verso; el que me hacía cerrar los ojos imaginando amores eternos; el que aceleraba el latido de mi corazón, sensible y vulnerable, que entonces rimaba con casi todo. Con sus rimas y leyendas, Bécquer fue mi fiel compañero en las lúdicas tardes de lectura y de sueños adolescentes con sabor a chocolate. Mis ojos, ávidos de belleza, paseaban incansables por esos versos que me hacían emocionarme, como los colores que dejaba en el cielo ese sol de verano que se moría lentamente tras mi ventana. Muchas veces recuerdo la calma íntima de esas lejanas tardes entre aquellos libros primeros que cantaban en verso al amor y al desamor, y me hicieron amar para siempre la poesía. Aquellas templadas tardes de ayer donde habría dado, por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo.
Por mi ventana de ahora, junto a la mesa donde escribo, entra un sol de mayo que no tiene prisa por irse. Su luz, aún intensa, ilumina la mesa, las cuartillas, y hace brillar la portada en rosa del libro de poemas que acabo de leer. Desde Bécquer, a mi alrededor siempre hay un libro de versos que me entretiene, que me aísla de lo superficial, de lo mediocre, de lo absurdo... Los versos me alimentan, me mantienen el alma joven y me ayudan a sentirme viva. Pues, en verso, y de la mano de su autora, Emilia García Castillo, paseo por Las calles de la memoria, un recorrido sentimental por esas calles y plazas de Vélez-Málaga que la vieron crecer y soñar. El barrio de La Villa se hace verso y, calle a calle, vamos rimando sentimientos, desempolvando emociones, conociendo un poco más el particular universo de la escritora, niña sensible que nació en la Plaza de Rojas: Allí me espera mi primera cuna, el nido bordado y tibio. El olor dulce de la leche, la teta de mi madre adormecida, sus nanas. Emilia García Castillo nos lleva a través del tiempo a esos rincones dormidos que guardan mucha vida vivida. Plazuelas, fuentes, calles empinadas que saben de ella, que guardan secretos, que cuentan historias: Realidades que se nombran así, sin dar demasiada importancia, a la vera de una fuente que sólo sabe de agua.
Es una delicia caminar con ella, seguir la senda querida de su memoria, pasear por los claroscuros de esas calles que fueron su mundo, que vistieron de sueños, de amor y dolor su infancia, y ahora desnudan en verso su alma. Sus poemas nos adentran en el sentir limpio de esa niñez soñadora que se quedó asomada a la ventana, y nos invita a subir y bajar las cuestas de su barrio sintiendo el peso de la nostalgia y el sabor agridulce de los recuerdos. Es fácil empatizar con la niña que dejó su impronta en las calles de La Villa. Sus juegos, sus sueños, su risa, su llanto... Los poetas nos emocionan cuando cantan a las cosas que amamos. Una calle que huele a jazmín, una fuente en la que beber, una ventana llena de sol que te asoma a la melancolía y te devuelve jirones de luz de un tiempo que sigue en tu memoria. Editado por Libros de La Axarquía, perteneciente a la colección Poemarios, Las calles de la memoria es un libro hermoso que nos conmueve y nos hace sentir, y nos asoma a esa ventana de infancia que era para la autora “su rincón de cielo”.
Yo también tengo una calle prendida en el alma con alfileres de amor. Tengo una fuente cantarina que me habla con su voz mojada, y una ventana luminosa que me enseña la vida y me llena de sol. Y unos ojos sensibles a la belleza que ya no son de adolescente, pero aún se van, como los de Emilia, “tras los colores del cielo de margaritas”.