Caminito amigo

Solemos echar de me­nos en nuestras ciu­dades lugares de esparcimiento, es­pa­cios libres de tráfico, zo­nas verdes para ha­cer deporte o pasear.

Acostumbro a caminar por ese espléndido pa­seo marítimo de Torre del Mar donde se puede hacer todo eso mientras respiras la brisa gratificante del mar, que te acompaña con su hermoso azul y su vaivén, y echo de menos, cuando estoy en mi barrio de Málaga, un lugar seguro para seguir haciendo ese reconfortante paseo que baja el colesterol, fortalece los músculos y ventila los ánimos. Pues, como si me hubieran adivinado el pen­samiento, he descubierto hace poco un lugar así; cerca de mi casa, en la ladera del río Guadalmedina, hay un caminito nuevo que parece hecho para mí.

Un joven olivo, Olea europea, adorna el comienzo del sendero de tierra dura que llega mucho más allá del campo de fútbol. A la entrada, la descripción del lugar y las normas para su conservación y uso: no vehículos de motor, no perros sueltos, utilizar las papeleras, y la obligación de recoger los excrementos de las mascotas. A lado y lado del camino, arbolitos y plantas con riego por goteo, abundantes papeleras y banquitos de madera para descansar, y hasta un esbelto ciprés común, Cupressus sempervirens, que parece mirar con envidia la altura imponente de esas dos torres gigantes que rompen desde hace poco, con su blanco y gris, la estética del paisaje.

Pensando en la suerte de tenerlo tan cerca, especialmente ahora que necesito caminar, recorro cada día la senda junto al río, caminito amigo que, sin estar bordeado de trébol y juncos en flor como el del tango, me permite andar segura, sin miedo a desniveles, baches o aceras en mal estado que me recuerdan el reciente escalofrío de romperse un hueso. 

Lástima que las normas de uso, que tan claramente están escritas al principio, no se cumplan: muchos perros van sueltos delante de sus dueños, que les siguen con la correa al hombro; unos recogen los excrementos, y otros se hacen los locos y los van dejando en el camino o entre los tubos de riego de las zonas verdes. 

Segu­ra­mente, piensan, sin pu­dor, que los ‘nu­trien­­tes’ de sus mas­cotas son el mejor abono para que crezcan las plantas, y van sembrando con ellos el caminito nuevo de­jan­do su impronta de ciudadano insolidario carente de educación cívica. Adoro los perros, siempre me gustó tenerlos y pasear con ellos, pero las mascotas no entienden de normas escritas, la culpa es de sus dueños, que seguramente son de los que reivindican y protestan por todo y luego se saltan las normas sin inmutarse.

El sendero junto al Guadalmedina es un espacio más para el disfrute del ciudadano. Qué pena que, como tantas otras cosas, no sepamos valorarlo ni cuidarlo. Los arbolitos nuevos están sujetos con palos de madera para que crezcan derechos y no los castigue el viento; en cambio, las plantas sembradas en los laterales están a merced de los pisotones, estropeándose por el trasiego de perros y de algunos dueños que pasan por encima también.

Lamentándome por ello, sigo andando por él cada día, ganando seguridad entre arbolitos tempranos, plantas que se duelen creciendo con trabajo y el revoloteo de tórtolas que animan el paseo con su trepidante ajetreo y ese canto suyo que suena a gemido. El joven ciprés, árbol longevo que puede llegar a vivir mil años, parece sentirse cómodo en este caminito mirando las torres altísimas que le hacen sombra, tan arrogantes, tan orgullosas de esas treinta plantas que son el centro de muchas miradas. 

Algún día seré como ellas, pensará el esbelto arbolito que crece erecto buscando el cielo. Ajenos a su pensamiento y a mi caminar tranquilo, los paseantes charlan distendidamente, los jóvenes hacen deporte, los perros corren felices, y un anciano de caminar lento, cabizbajo y un poco triste, se sienta en un banco a descansar,  a tomar el sol y a pensar. Quizá se lamenta, como yo, del descuido que ve a su alrededor; quizá habla en silencio con el caminito amigo y le dice, como en el tango: Una sombra ya pronto serás. Una sombra lo mismo que yo.