Cielos de luces y sombras

Pensando en lo rápidamente que ha pasado un año, al atardecer de un día de diciembre recorro las calles del centro de Málaga engalanadas con buen gusto para vivir la Navidad. Luces, abetos, pascueros, muérdagos y una musiquilla en alguna esquina que nos invita a cantar los típicos villancicos. “Pero mira cómo beben los peces en el río...”, canta con voz cansada  la señora que pide limosna sentada en el suelo, junto al vendedor de esas almendras que son “las mejores de Málaga”. Músicos anónimos con guitarras y violines interpretan conocidas canciones, que se suman a ese ambiente navideño que se pasea entre alegrías y tristezas. “El espíritu de la Navidad” no puede borrar los contrastes.

Especialmente hermosa, la calle Larios luce, de nuevo, el sorprendente cielo de luces al que este año se ha puesto música. Al compás de ‘Last Christmas’ el singular firmamento  se ilumina y los móviles se suman al tintineo celeste como pequeñas estrellas fugaces que atrapan instantes mágicos. La música suena con fuerza y el cielo se abre, se cierra, se enciende y se apaga al son de una orquesta de luces dirigida por una batuta invisible. ‘O, Fortuna’ rompe el aire con la fuerza de sus voces en latín: O, Fortuna, velut luna status variabilis... Es el momento álgido del espectáculo, el cielo navideño se rinde a la belleza de una música sublime. Me gusta lo que veo. Miles de ojos mirando hacia arriba, contemplando un momento único que guardarán, seguro, en la memoria. Como si no hubiera pasado el tiempo, yo conservo aún las imágenes de otras navidades lejanas y entrañables; el musgo de aquel belén infantil sigue verde y fresco en mi memoria, adornando un recuerdo imborrable. Cenas familiares, cálidas, sencillas, siempre alrededor de una sopa especial acompañada de la misma frase: “Que lleguemos a otro año”. Después, el pavo, que me daba una pena tremenda porque adivinaba que era el mismo que se paseaba tan lozano entre las gallinas del corral, ajeno a que sería el protagonista de una noche que era buena para todos menos para él. Calles frías envueltas en humo, calor de hogar en la cocina, con la musiquilla de las piñas crepitando en la rústica chimenea. Higos con nueces, figuritas de mazapán, mantecados caseros... Pastores recorriendo las calles tocando la zambomba, el almirez y la botella de anís, cantando villancicos mientras pintaban la noche las estelas grises de sus alientos helados. Misa del gallo, abrazos y buenos deseos. “Felices Pas­cuas” era el saludo obligado.
     Si tuviera que resumir el espíritu de la Navidad, diría que era eso: la familia, la sencillez, la concordia, la ausencia de estereotipos y mensajes subliminales envueltos en lujo, vacíos de contenido y llenos de un consumismo desbordado porque “la Navidad es el regalo”; porque “todas tenemos un imposible en el armario” y nos venden quimeras con el   embriagador perfume que nos llevará al éxtasis en una cumbre nevada o en la terraza de un rascacielos. Hoy, cuando se me acumulan los “imposibles” en el armario; cuando sé que un perfume envuelto en erotismo no me garantiza el éxtasis, el espíritu de la Navidad es para mí un recuerdo amable que sobrevive al tiempo, como aquel musgo fresco del Nacimiento infantil. No creo en eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor: me gusta mi tiempo, la vida de ahora.      Hemos avanzado muchísimo desde aquellos años de chimeneas y calles de piedra. Pero algunas cosas se han banalizado, se han materializado en exceso y han perdido encanto. O será que mis ojos ya no miran igual.
     En la calle iluminada de estrellas vuelve a sonar la música, y su aroma excelso me eleva y me lleva al éxtasis. La señora sigue con su villancico, los peces beben y beben y vuelven a beber, y ella canta y canta con desgana la misma canción. Estampas navideñas, cielos de  luces y sombras para un tiempo de contrastes que intenta ser una tregua de paz. Un paréntesis amable en nuestro cada vez más complicado mundo. Ojalá que la paz fuera posible y llegara, por fin, a esos lugares donde tanto la necesitan.
     Pensando en ellos, Feliz Navidad.