Desfile Dorado

Columna de Margarita García-Galán

Una de las cosas que más he añorado en este largo año de pandemia ha sido poder viajar, visitar esos lugares del mundo, tantas veces soñados, que te llenan los ojos de belleza y te dejan en el alma una huella im­bo­rra­ble. Recuer­do ahora cuando prepa­rá- bamos, con los ami­gos de siempre, un viaje que nos hacía especial ilusión: co­nocer Egipto, un viejo sueño compartido. Ha­blá­ba­mos de ello una tarde y re­­­­­­­cuerdo que mi amigo Pa­co Montoro, que ya lo co­­­­nocía, me dijo: Ir a Egipto no es un viaje, es El Viaje. Imaginé lo que ha­bría significado para él, apa­sio­na­do historiador, vi­sitar e­sos lugares que guar­­dan tan­ta historia, tantos te­so­ros de una ci­vi­li­zación tan antigua, tan misteriosa, tan apa­sio­nante. En mi charla con él, su entusiasmo mul­ti­plicó por mil mis ganas de conocerlos.

Hicimos el viaje. Durante unos días navegué por el Ni­lo y fui de belleza en be­lle­za, de emoción en e­­­mo­­ción. Inenarrable lo que sentí delante de las pi­rá­mides: cinco mil años me contemplaban y yo no po­día apartar mis ojos de aquella maravilla. Visitar los tem­plos, descubrir Abu Simbel, recorrer el Valle de los Re­yes..., y entre excur­sión y ex­cursión, el regalo de un amanecer en el desierto que no estaba en el programa y me dejó sin palabras.  Egip­to, con su historia y su le­yenda, me impresionó. Su recuerdo me acompaña es­pe­cial­men­te ahora, que se ha re­transmitido al mundo la insólita procesión de sus momias por las calles de El Cairo. Con una puesta en escena espectacular, las mo­mias de 22  faraones y reinas recorrían, en un solemne Desfile Dorado, la distancia entre el Museo de Egipto hasta el Nuevo Mu­seo de la Civilización Egip­­­­­­cia, donde las momias continuarán su misterioso camino a la eternidad.

Estar delante de un sar­có­fago sobrecoge. Ver de cerca la momia de Tutan­kamon, más de tres mil años después, es una ex­periencia estremecedora. Estuve un buen rato mi­rándola en el museo, imaginando la vida de aquel joven faraón que accedió al trono siendo un niño. Entre el asombroso ajuar encontrado en su tum­ba estaba su famosa máscara funeraria, de oro, vi­drio y turquesas. La re­cuerdo mientras veo las imágenes de la solemne procesión de los faraones, en sofisticadas carrozas minuciosamente pre­pa­ra­das para que las momias no sufrieran el más mínimo daño. La Plaza Tahrir es­pe­raba el cortejo iluminada con antorchas y luces de colores al son de tambores en directo. Al caer el sol desfilaban los coches do­ra­dos con los sarcófagos, cada uno con su nombre y sus símbolos, hacia su nuevo lugar de reposo. Tutmosis I, Ramses II, Reina Ahmose Nefertari..., y Hatshepsup, la reina-faraón que reinó 20 años, aunque las mujeres no podían reinar. Visitar su bellísimo templo funerario, “el sublime de los subli­mes”, es otro de mis re­­­­­­cuerdos inolvidables. Las momias recorrían las calles mientras sonaba la Or­ques­ta Sinfónica de la Ópera de El Cairo y una coral de cien cantantes. Con honores rea­les, música solemne y salvas de cañonazos, fueron re­cibidos por el presidente de Egipto, que esperaba en la puerta del museo a aquellos que, miles de años atrás, gobernaron la tierra que él preside ahora. El fastuoso desfile en homenaje a ellos, ha sido el mejor escaparate al mundo. 

Aquellos que no conoz­can Egipto, sentirán el de­seo de hacer El Viaje. Co­no­cer   su apasionante ci­vi­lización, y tantos te­so­ros descubiertos bajo la arena del desierto, que siguen apareciendo to­da­vía. Y los que ya fuimos una vez, sentimos unas enor­mes ganas de volver. Volver a la quietud del Nilo, a sus majestuosos templos, al misterio de sus pirá­mi­des..., y cruzar el desierto de noche soñando con be­lle­zas milenarias, y des­pertarse de pronto con otra belleza mucho más antigua to­da­vía: el milagro de luz de un sol naciente, anaranjado y radiante, iluminando mi asombro y el silencio ama­rillo de las arenas. Aquel momento, el sublime de los sublimes, me lo traje en la retina para siempre. Aún brilla en mi memoria aquel sol de amanecer. Aún me emociona. Aún me ciega su luz inmortal.