El gallinero
Columna de Margarita García-Galán
He visto el vídeo, que se ha hecho viral en las redes, donde un ganadero asturiano hace una reflexión sobre la denuncia del dueño de un hotel rural a un vecino del pueblo, dueño de un gallinero aledaño, porque sus gallinas “molestan” a los huéspedes del hotel. Que lo rural es aquello opuesto a lo urbano es algo que -se supone- sabe cualquiera. Las personas que eligen un hotel así buscan precisamente alejarse del asfalto, de los coches, de las prisas, de la contaminación... Con un delicioso acento asturiano y paseando por el campo, el ganadero, con una lógica aplastante, se muestra enfadado y perplejo ante tamaña estupidez; no entiende que se busque un ambiente rural para protestar después porque “molestábales el canto de las pites”.
Suelo hacer en verano un paréntesis rural en un pueblecito de sierra, para empaparme, precisamente, de un ambiente de naturaleza viva que me carga las pilas para todo el año. El pequeño hotel que frecuento es una casona antigua en un barrio antiguo, cerca del río, con calles empedradas y típicas casas con balcones de madera que se asoman a los pinares y a los viejos tejados donde las golondrinas ocupan las cornisas sin miedo al desahucio. Desde la habitación del hotel se ve la sierra, con esa quietud verde que me fascina, y se respira un aire seco, perfumado de resina, que oxigena mis pulmones y el recóndito rincón de mi memoria donde duerme la niñez. De noche, el balcón abierto me acerca los sonidos que me son tan familiares y que, lejos de molestarme, me relajan y me invitan a dormir en paz. Oigo los grillos y a las ranas croar en el río; oigo a los gatos maullando a la luna y la campana del reloj de la iglesia, que sigue marcando las horas. Y oigo, al amanecer, el canto del gallo de un corral cercano, que se despereza orgulloso entre su cohorte de ajetreadas gallinas, haciendo notar que allí manda él. La banda sonora de lo rural me envuelve completamente, su sonido nocturno me causa un sosiego, tan gratificante, que me invita a seguir durmiendo y me empuja siempre a volver.
El vídeo del ganadero es una reflexión magistral sobre el significado de lo rural. “¿Pa qué venís al pueblo, pa hacer turismo rural?” Pienso, como él, que a nadie se le ocurriría en un céntrico hotel de Madrid denunciar al ayuntamiento por el ruido de los coches o del camión de la basura. No me imagino ir a Valencia en Fallas y protestar por el olor de la pólvora o el ruido de los masclets. Si eliges un hotel rural, tienes que dar por hecho que los pájaros seguirán piando, los grillos cantando, los burros rebuznando, y el gallo del gallinero seguirá despertando a su harén de la única forma que sabe: cantando alto y claro al amanecer. No me imagino que alguien denunciara al ayuntamiento de un pueblo marinero porque a los huéspedes de un hotel junto al mar les molestase el acompasado vaivén de las olas. No me imagino a nadie del hotel de mi bucólico rincón serrano protestar por el croar de las ranas, el canto intermitente de los grillos o la sinfonía inacabada de las veraniegas chicharras. Yo elijo ese lugar buscando esos sonidos, el encanto de lo natural, la música de esos silencios acompasados que saben a pueblo y ensanchan mi espíritu. Si alguna vez me quitan el sueño, es solo por lo mucho que me gusta dejarme envolver por ellos.
Dicen que el gallinero denunciado ya estaba allí cuando se hizo el hotel. Me parece absurdo que se cierre y paguen por ello las inocentes ‘pites’, que tendrán que irse con sus polluelos, su gallo y su música a otra parte. A veces, la estupidez humana no tiene límites. Gente que busca lo rural, protesta por el sonido ambiente de lo rural. Es tan absurdo como si a alguien que eligiera pasar un tiempo en la paz de un monasterio en el Tibet, “ocurriésele” denunciar al Dalai Lama por los mantras o los rezos de los monjes.
El vídeo del ganadero es una bocanada de aire fresco. Un guiño a la naturaleza. Un canto a la coherencia. Y un reproche , graciosamente razonado, a la insensatez.