Entre vencejos
Repaso la actualidad de este lunes de febrero haciendo un alto en la lectura de un nuevo libro que me está encantando. Hoy, día 20, es uno de esos tres días al año en los que se rinde homenaje al gato, ese felino de tacto sedoso, elegante, sigiloso y nada servil, que durante muchos años ha sido un fiel compañero de vida, entrañable, cariñoso...
Una sombra mansa a mi alrededor que me distrae, me relaja y me transmite paz. Con mi precioso felino de ahora, una gata multicolor que me acompaña mientras leo, sigo ojeando la actualidad mientras ella, con su cola erecta, sigue mi lectura atenta, y se acaricia el lomo en las páginas de mi libro abierto; no sé si por curiosidad en saber lo que leo, o que busca entre ellas a esos pájaros negros que revolotean en la portada. Quizá, con su gesto insistente me sugiere que siga leyendo el libro, que es más interesante y menos tóxico que la actualidad.
Entre vencejos quietos en el papel sigo mirando lo que acontece en este ‘febrerillo el loco’ que igual nos congela el ambiente, que nos obliga de golpe a quitarnos la chaqueta; ninguno de sus días se parece a otro, debe ser por eso que lo llaman así. Pues, al solecito de este lunes templado, con mi gata omnipresente, sigo repasando la actualidad. El Unicaja ha ganado la Copa del Rey y las calles de Málaga se llenan de aficionados entusiastas que aclaman a su equipo campeón. Hace algunos años, fui mucho al baloncesto, cuando Scariolo y sus jugadores, Garbagosa, Cabezas, Bremer..., nos hacían vibrar entre bufandas verdes en las gradas del Martín Carpena. El baloncesto siempre me ha parecido un deporte elegante, con un público tranquilo y educado que sabe mantener las formas cuando las cosas no salen bien. Y del deporte, a la política, cada vez más ‘deporte de riesgo’, que sigue inestable como febrero: un día mal y otro peor. Los ecos de una entrevista que vi anoche suenan entre noticia y noticia en este lunes al sol; con tintes surrealistas y llena de silencios, la entrevista me sirvió para reafirmar una vez más mi desencanto en temas políticos, que cada vez me importan menos y cada vez me inquietan más. Mi descreimiento es tal, que amenaza con ser irredento. Hay una edad para creer en según qué cosas, y en esta que me contempla ahora, como diría Sabina, el futuro es más pretérito imperfecto. Por eso, y siguiendo su discurso, si hay que pisar cristales, que sean de Bohemia, corazón.
Terremotos que se cobran miles de vidas, que arrasan ciudades enteras dejando en el aire un humo desolador y el recuerdo de algún milagro bajo los escombros. Guerras que continúan y se alargan en el tiempo, leyes controvertidas que levantan polvaredas... Dejo de leer noticias, mi ánimo, más frágil ahora, me pide una tregua y vuelvo a la paz del libro: Suelo tomar asiento en alguno de los bancos, si es posible en uno al sol cuando el tiempo es fresco, a la sombra cuando aprieta el calor; me entretengo con el periódico o con un libro... Contemplo los vencejos o lo que sea que vuela por encima de mi cabeza... La escena del protagonista se me hace apetecible y me recuerda algún momento parecido cuando la quietud de un jardín acompañaba mi lectura mientras una nube de vencejos me prestaba su música alegre revoloteando, frenéticos, en el cielo de abril. Cada primavera espero la llegada de estos pájaros que me alegran la vista y el ánimo con su incansable vuelo y su piar constante. Su presencia me anuncia el esplendor en la hierba, la calidez de las noches de abril y el verano que se acerca. Después se van un día cualquiera, discretamente, dejando en el cielo limpio la sombra de sus piruetas y en el aire un ensordecedor y triste silencio.
Con Los Vencejos me quedo entre historias de vida, muy bien contadas por Fernando Aramburu, que nos hablan de la amistad, la familia, el amor..., y nos hacen pensar. Leer es un sedante, una buena terapia contra el tedio y el desasosiego. Como mi amigo Paco Montoro, no entiendo la vida sin libros. Y si mi gata pudiera hablar, diría que ella tampoco.