Hasta siempre, don Manuel

Columna de Margarita García-Galán

Bajé a comprar el periódico como cada día. Pero no era un día de tantos, no era un día cualquiera, era uno de esos días nublados de cielo y de sentimiento que oscurecen y entristecen la vida. Caían algunas gotas de esa lluvia impertinente que moja las calles y salpica el ánimo. La primavera revuelta pasaba en procesión por las calles de Málaga. La prensa del día, amontonada en su orden de siempre, invitaba a leer de distinta manera la misma actualidad. Sur reposaba en su montón habitual esperando la mano fiel de sus lectores. Cogí un ejemplar y le di la vuelta, como siempre, para ver la última página. Pero no era un día de tantos, no era un día cualquiera. Allí, donde cada mañana un genial cantor de lo cotidiano me regalaba instantes precisos y preciosos, no estaban las 326 palabras que formaban la columna que, a golpe de prosa amena, certera, sencilla y brillante, nos aficionó a leer invirtiendo el orden de las páginas: primero Alcántara, después todo lo demás. Hoy, cuando el cielo gris nos nubla el sentimiento, nos impacta la última página del periódico. En su lugar de siempre, donde tanto tiempo reinó por derecho su pluma ágil, bajo su nombre y su fotografía, un silencio blanco de ausencia nos sobrecoge. Manuel Alcántara se ha ido. Sus 326 palabras diarias lloran por él con blanco de luto. Su columna de hoy es un espacio vacío, un alargado suspiro. Se fue el maestro que ordenaba, a su aire marinero, palabras y sentimientos, meciendo la actualidad con acordes limpios de olas azules, con la armonía  de los vientos del sur, con la brisa salada de esa ‘mar chica del puerto’ que bañaba su tiempo y su alma.

Cada día buscaba esa esquina sabia y amena que me ponía al corriente de lo que pasaba en el mundo y me hacía pensar. Me enganchaba su manera de contar lo cotidiano mezclando experiencia, lucidez, sencillez y sabiduría, aderezando lo ingrato con la sal y la pimienta de su finísimo humor, dejando en su prosa su impronta de poeta. Un poeta que cantaba a las cosas que amaba con un sentir que comparto: me gusta mirar por la ventana, tener amigos, leer libros, beberme el aire de un amor... Me gusta el pan, y las gaviotas, y los búhos, y los jazmines... Y ese mar de Málaga que me embelesa, que también guarda la llave de mis recuerdos. Paseando por su orilla me aprendí sus versos, en una amable travesía veraniega donde él, quieto en sus poemas, al sol de un hermoso paseo entre flores y pájaros, nos descubre, verso a verso, el perfil de su alma. Tuve la suerte de ver inaugurar ese ‘Paseo de los Poemas’ que engrandece el Paseo Marítimo de Torre del Mar. También asistí al entrañable homenaje de unos escolares, que recitaron sus versos y le hicieron emocionarse.

Manuel Alcántara se ha ido. En abril, cuando la primavera huele a torrijas, a vírgenes bajo palio y a  crucificados que recorren las calles “hechos unos cristos”. Llegó para él “el día menos pensado”, en el que pensaba siempre. Su columna de Sur se ha quedado sola, en un vacío de palabras que han volado con él a la otra orilla. Se quedan solos los jazmines, las gaviotas, los versos del jardín y ese mar, omnipresente en su vida, que llora lágrimas saladas porque se ha quedado huérfano de la mirada amorosa de esos ojos suyos, “endecasílabos de olas”. Manuel Alcántara, que no creía en la inmortalidad, ya es inmortal. Me pregunto si al cruzar la sutil frontera, que nos aleja del pan de pueblo, del calor de los amigos, del aliento de ese amor que se quedó por el aire, habrá encontrado a ese Dios incierto al que buscaba  porque le debía una explicación. Qué maravillosa columna, si nos pudiera contar en 326 palabras esa conversación celeste. Sería uno de esos mágicos instantes de los que él era salvador magistral. 

No sé si en la eternidad habrá olivettis, pero seguro que encontrará la manera de seguir escribiendo en el Sur del infinito. Serán columnas celestes en papel blanco de nubes, que brillarán como estrellas en la última página del universo. El título ya lo tiene: “Aquí”.