Mañanas de brisa y sol

Sentada junto al mar de mis veranos, bajo la sombrilla que me presta su gra­tificante sombra de colores vivos, que van palideciendo, envejeciendo conmigo al sol de mañanas luminosas, ardientes, saladas y azules, que me acompañan desde siempre, me dejo llevar por la brisa marina que apenas mueve el volante de espuma que se me acerca con su relajante vaivén de ola. 

Con ella voy y vengo en el azul sintiendo el privilegio de estar, un año más, viviendo el sosiego, la distraída calma de una mañana de playa. A mi alrededor, gentes que conozco de otros veranos, y algunas caras nuevas que charlan distendidamente del Weekend  Beach, de los espetos, de debates políticos, o de lo buena que está el agua hoy. Sin querer, su charla me adentra en sus vidas, ralentizadas ahora por el paréntesis vacacional que deja a un lado la rutina diaria; el trabajo, los problemas, las preocupaciones se dan un lúdico respiro en estas amables mañanas de brisa y sol.

En este tiempo de vacaciones lo que importa es tumbarse en la arena, nadar en este mar tranquilo, compartir espetos y pareceres, disfrutar el ambiente... Vivir el verano, olvidando un poco que el mundo sigue revuelto, con temperaturas altas y actualidad extrema. Sigue una guerra absurda destrozando paisajes y corazones. Siguen muriendo mujeres por esa violencia machista que parece no tener fin, dejando sin madres a niños inocentes que llevarán para siempre el estigma del horror en su semblante. Sólo porque alguien sin alma, que no les quiso nunca, decidió por ellos. Mis vecinos de playa siguen con su charla: que no llueve, que se secan los pantanos, que viene otra ola de calor, que arderán los bosques... La vida, que no tiene  vacaciones, sigue su curso dejándose ver con sus luces y sus sombras, mientras la espuma blanca se me acerca con su refrescante y relajante vaivén. Cierro los ojos, respiro hondo y me oxigeno el alma, y me olvido por momentos del lado oscuro de esta vida, tan complicada,   tan injusta y tan hermosa, que aún me interesa, me sorprende y me fascina. 

Siento la brisa y el mur­mullo del mar, que es un sedante para el espíritu, y recuerdo el verso de Ne­ruda: “Necesito el mar por­que me enseña / no sé si aprendo música o con­ciencia / no sé si es ola sola o ser profundo...”. Como el poeta, yo también necesito el mar. Desde siempre, desde aquel día lejano en que me encontré de pronto y por primera vez con su brillante inmensidad. El mar ha sido desde entonces compañero fiel, testigo mudo y cómplice de muchos momentos vividos, y esa tímida ola que ahora baila jugueteando a mis pies, me devuelve cada uno de esos instantes precisos y preciosos que fueron importantes y se quedaron, intactos, nadando entre las mareas azules de ayer y de hoy. El mar despertó mis sentidos, mi irremediable atracción por lo bello, una mañana de junio cuando, con los ojos muy abiertos, muda, absorta y conmovida, contemplé su infinita belleza por primera vez. A su orilla he jugado, he soñado, he amado y también he llorado. El mar me ha enseñado música y conciencia; su sinfonía de olas sigue meciendo mis emociones, momentos felices, tristes o serenos como el de ahora. Del mar aprendí conciencia: mirando su azul he pensado mucho, he dudado, me he reafirmado, me he arrepentido y me he perdonado. Pero ese mar de ahora, tan gratificante y sereno, es también un punto sin retorno para muchas vidas que navegan en él buscando un futuro, una esperanza que acaba a merced de las olas, a la deriva, hundiéndose para siempre en el abismo. El mar que me acompaña, que me enseña su música alegre, es un mar amable, romántico y apacible que me invita a escribir sobre él... El otro mar, profundo y oscuro, es el de los cantos de sirena que se traga los sueños de los olvidados; su música es un réquiem de olas, un llanto amargo de espuma, un luto azul que abraza la soledad de los que nunca llegarán a la otra orilla.
Mañanas de brisa y sol junto a ese mar que es ola sola o ser profundo. “Es aire, incesante viento, agua y arena”. Apacible, atrevido, violento, irrespetuoso... Insolentemente hermoso.