Mi pluma azul

Escribo con ella pre­ci­sa­mente hoy, que se celebra el Día de la Escritura a Mano, un día que pretende con­cien­ciarnos de lo im­­portante que es, en este tiempo de tecnologías tan avanzadas, no perder el hermoso hábito de escribir a mano, con lápiz, con bolígrafo, con pluma.

Desde siempre escribo así, con mi letra imposible, “de médico”, casi taquigráfica, a decir de aquel que la sufre cuando pasa mis escritos al ordenador. Pero me encanta escribir a mano, especialmente con esta pluma azul que gané en un concurso de cartas de una revista semanal. Estaba allí, tan bonita, tan azul, tan sugerente, adornando la página dedicada a esa carta premiada, que me invitaba a escribir. Acepté la invitación y escribí una carta al periódico soñando con ganar. Era una carta triste, un lamento escrito, un llanto contenido entre palabras: “Venían de todas partes: de la sierra, de los campos de amapolas, del Retiro, de los trigales verdes; hasta las oscuras golondrinas de Bécquer volvieron para unirse a ellos. Tenían que cantar en Atocha, en una estación donde, tres años antes, ciento noventa y dos personas esperaban un tren... El último tren”.

Mi carta recordaba el día en que El canto de los pájaros de Pau Casals sonaba en un violonchelo, que yo imaginé lleno de pájaros, en el sobrecogedor silencio que recordaba a las victimas del 11M, aquel horror sin sentido, aquella pena negra que vistió de luto a tantas personas; aquel dolor punzante que revolvió las conciencias y nos partió el corazón... “Los pájaros cantaron en Atocha y nunca un canto tan bello fue tan triste”. Me premiaron la carta y me regalaron la pluma soñada; me encantó la forma en que se vino conmigo a vivir entre mis dedos para dibujar historias en el papel con mi letra peculiar, sintiendo mi pulso y ese latido de vida que se me escapa entre las letras cada vez que escribo. Hoy, sintiendo su tacto azul, celebro con ella este día de homenaje a la escritura a mano y me alegra saber que, además de un canto a lo hermoso de la caligrafía, escribir así tiene muchas ventajas; recientes in­ves­ti­ga­ciones demuestran que be­neficia el desarrollo cog­ni­tivo y las habilidades mo­­­­toras, y mejora la es­critura y la comprensión de lecturas. A mí me gusta especialmente la com­plicidad entre mi pluma y yo, sentir que me sigue obediente y me lleva a donde quiero, deprisa o despacio, con trazos firmes o renglones torcidos; con mayúsculas, con minúsculas, poniendo y quitando comas, destacando palabras, entrecomillando ideas... Bailando conmigo un vals que sube y baja de intensidad dibujando arabescos azules en el blanco inmaculado de las cuartillas.

Mi pluma y yo nos entendemos, cambiamos pareceres, nos enfadamos y nos perdonamos. Ella sabe todo de mí y lo cuenta fielmente siguiendo el impulso de mi mano, a veces firme, a veces dudosa, escribiendo palabras que son casi jeroglíficos, pero ella me comprende y escribe al dictado sin quejarse nunca. Mi pluma azul, la amiga íntima que nunca me falla, fue el regalo por una carta dolorida que llegó a los lectores del periódico en forma de canto de pájaros. Y fue tan gratificante para mí, que me invitó a seguir escribiendo. Y en ello estamos. Hoy, 23 de enero, Día de la Escritura a Mano, nada mejor para celebrarlo que escribir esta columna con ella, cómplice de mis palabras, bailando, agarraditas las dos, una melodía de adjetivos y sustantivos que es una declaración de amor a la escritura.

Mi pluma azul me acompaña contando vivencias, emo­ciones, percepciones de la vida según mis ojos; juntas hemos cantado a un árbol, a un gato, a un río, a una calle, a una mú­sica, a un libro, a un amigo perdido o a un amor para siempre. Pensar en ello, imaginarlo, plasmarlo en las cuartillas, leerlo y releerlo, tachar o añadir palabras, rimar sensaciones, mimar la estética, poner el acento donde quiero que esté... Alegres o tristes, nostálgicas o melancólicas, siempre apasionadas, mi pluma y yo cantamos un blues de amor a la vida.

Y de alguna manera, las dos desnudamos el alma en el papel.