La mirada del marqués

Columna de Margarita García-Galán

Rodeado de turistas atentos a su explicación, el guía va contando la historia de la calle que recorren, una calle amplia, elegante y señorial que lleva el nombre de un marqués. Los ojos de los turistas van de un lado a otro, de rincón en rincón, hacia arriba, hacia abajo, mirándolo todo con curiosidad, atentos siempre a la voz que les describe con datos y anécdotas la historia y la leyenda, el esplendor de la calle hermosa, corazón de la ciudad de Málaga, que debe su nombre al empresario y aristócrata español Manuel Domingo Larios y Larios, II marqués de Larios.

Me acerco con disimulo al grupo de visitantes y me mezclo entre ellos para oír mejor al guía, que habla en español entre otros grupos cercanos que explican lo mismo en alemán o en inglés. La calle Larios es, a esta hora de la mañana, un hervidero de gente que va y viene,  un animado Babel de nacionalidades distintas que comparten fotos y pareceres, y se abanican de cuando en cuando para suavizar los 23 grados de la soleada mañana de noviembre que se pasean entre la gente como un turista más. El guía alza la voz procurando evitar el eco de otras explicaciones que se mezclan ine­vi­tablemente con las suyas en español. Les habla del marqués a quien se debe la construcción de la calle, y va explicando los detalles del hermoso monumento, de Mariano Benlliure, que Málaga le dedicó en agradecimiento a su labor. Alto en su pedestal, impecablemente vestido de bronce, el marqués lleva en la mano derecha su bastón y su sombrero de copa, y apoya la izquierda  en el bolsillo de su chaleco, en actitud serena y distraída, como si estuviera dando un tranquilo paseo por la calle que lo recuerda y a la que ahora mira de frente después de su reciente restauración. Dos alegorías en mármol de Carrara acompañan su soledad en el pedestal: la figura atlética de un hombre con un pico y un azadón, que representa el Trabajo, y para quién sirvió de modelo un torero, y una mujer semidesnuda que eleva en sus brazos a un niño con una rama de laurel, que representa el agradecimiento de la ciu­dad de Málaga.

Seguro que al marqués le encanta lo que ve, las nuevas vistas de su calle antigua, de su calle nueva, de su calle de siempre; su mirada de bronce, que se paró en el tiempo, se entretiene con ella. El esplendor de la calle es su horizonte, el más bello paisaje de su eternidad. La calle Larios, versátil y animada, empieza a engalanarse con luces de Navidad; ‘el bosque encantado’ va tomando forma y las farolas esperan los colores alegres de las flores de pascua. El guía sigue hablando de la popular calle, una de las más elegantes de España. Llena de edificios de rancio sabor decimonónico, es un espacio abierto que acoge exposiciones y distintas manifestaciones de cultura, y se ambienta de forma diferente según la época del año. Inevitable recordar cuando estuvieron en ella las esculturas de Rodin. El pensador pensaba entre la gente y yo pensaba en mi suerte por ver de cerca esa maravilla.

La calle Larios, siempre nueva, siempre vieja, ha cambiado para bien. Es gratificante pasear su elegancia, dejarse llevar por su historia de ayer y de hoy, tomar un café o un helado viendo cómo pasa la gente, cómo pasa la vida... Los turistas avanzan  hacia el famoso Pasaje de Chinitas y el guía les habla de su famoso Café, “parte esencial del alma festiva de la ciudad de Málaga y escenario del inmortal cante de Federico García Lorca”. La mirada del marqués no llega tan lejos, pero seguro que escucha el eco del quejío flamenco de la copla inmortal. En el Café de Chinitas dijo Paquiro a su hermano: soy más valiente que tú, más torero y más gitano.

Tarareando la copla, los turistas se van hacia otras calles. Yo me quedo allí, junto a los cinco faroles que prestan su luz al recuerdo de un poeta inmortal. El marqués sigue en su pedestal, ensimismado, complacido, agradecido, mirando con sus ojos de bronce cómo pasa el tiempo por su hermosa calle.